Hasta nos permitimos ser vulgares
Con la legislación que entró ayer en vigencia, las personas podrán optar por comprar un medicamento equivante efectivo, a menor precio, sin que ello signifique bajar de calidad.
Cuando éramos niños, nuestros progenitores y especialmente nuestras abuelitas, nos decían con ternura: ¡Si dices una grosería , te voy a quemar la boca!.
¡Como si serlo fuera un mérito! Escribo esto con una buena dosis de indignación. No creo que sea motivada por mi condición de profesor de castellano o por ser miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Yo creo que muchas personas nacimos así, porque cuando éramos niños, nuestros progenitores y especialmente las abuelitas, nos decían con ternura, pero también con mucha firmeza: ¡Si dices una grosería, te voy a quemar la boca! Era una amenaza seria, pero nunca creímos, yo entre ellos, que esa locura se concretaría. Y así fue. Comprendimos desde niños que era muy malo hablar con palabras "feas". Así las nominábamos, porque así las calificaban nuestros mayores.Pasando los años hemos ido comprendiendo la graduación de esta práctica lingüística. Hay ocasiones en que decir un garabato podría aceptarse. Por ejemplo, si por mal manejo de un martillo, me pego en los dedos, es indudable que no voy a exclamar ¡Ay, que dolor! Allí la pronunciación de "mierda" es perdonable. Esa palabra acude de inmediato y se pone a nuestras órdenes prácticamente sin que la llamemos. Hasta los poetas consagrados la usan. Fernando Alegría la incorporó con un ropaje cívico, cuando escribió ¡Viva Chile, Mierda! O de nuestra poetiza Miriam Espinoza de Ninhue, quien sacó el primer lugar en el concurso que sobre la vendimia, convocó nuestra Municipalidad en su momento. Ella no encontró mejor terminación para su trabajo poético, que concluirlo con ¡Viva la vendimia Mierda! Y obtuvo el primer premio, que con justicia el jurado le otorgó. Podría aceptarse digo yo. Pero qué sentido tiene decir tanta porquería lingüística en las fiestas populares o concretamente en los festivales, como "Viva Dichato", "Los Huasos de Olmué" o "Tierra Amarilla". Allí los diferentes humoristas, todos de la nueva ola, aunque tan jóvenes no son, como "Centella" y "Filomeno", son hijos de Punta Arenas y victoria, respectivamente. Lo increíble es que la gente se ríe, como si estuvieran haciéndoles cosquillas y en seguida los animadores a nombre de ese público, los premian. En esa línea, los garabatos son consagrados por todos los asistentes mediante sus aplausos, lo que indica aprobación. ¡Qué lástima que Sandy, el humorista boliviano, con su humor blanco, sin soeces haya fallecido! ¿Nos superaremos alguna vez, para dejar de ser vulgares?.