Esperanza y resignación
En ese orden. Primero fue la esperanza de recuperar el dominio del cerebro de mi esposa Albina Gleisner, con un derrame tan indeseado como imprevisto.
Escribo hoy sobre la muerte de mi esposa, ocurrida en el atardecer del miércoles 14, porque ese día se generó el gran tema de la semana pasada. Digo esperanza, porque fue el primer anhelo, de acuerdo al generoso dicho popular que asegura que es lo último que se pierde. Cuando ésta culmina con la desesperanza empieza la resignación, para luego, agotados todos los esfuerzos como sucedió en este caso, empezar a adaptarnos a una nueva realidad, que siempre será difícil, pensando en los 61 años que con mi esposa compartimos matrimonialmente nuestras vidas.
Es la hora del recuento, con sentimientos encontrados, donde la tristeza y la satisfacción se confunden; tristeza por el alejamiento definitivo de un ser querido y satisfacción, porque ese mismo ser dejó de sufrir, ocupando un sitio preferencial en los dominios del recuerdo.
Hemos hecho nuestra una experiencia inolvidable, que puso a prueba la solidaridad de muchas personas. Primero de los profesionales de la salud, que los encontramos en todos los sitios que recorrimos en busca de ayuda.
En el Hospital primero, desde los conductores del SAMU, cuya ambulancia la transportó a la sala de Urgencia. Luego pasaría a la sala de Neurocirugía con la delicadeza y prontitud que profesionalmente manejan las personas que allí atienden, tanto médicos como enfermeras y paramédicos. Infinitas gracias a ellos, cuyos nombres y cargos anotaremos en otras páginas en su momento.
Agradecimientos también para los cientos de personas que nos conmovieron con sus saludos, sus apoyos, sus alicientes, sus abrazos, sus cartas, flores y discursos. Y las instituciones, que como la Iglesia y sus servidores se pusieron a nuestro servicio, como los sacerdotes José Luis Isern y Patricio Fuentes y a mis amigos y hermanos de ideales, que desde el primer día se manifestaron; también a los funcionarios del 'Parque Chillán', que nos dieron lecciones de cortesía y fraternidad al unísono con la funeraria San Vicente. Por último, a todos los que llenaron la Catedral, amigos de hoy y para siempre.