Estando en Madrid, en casa de mi hermano Carlos, la noticia nos golpeó severamente: su suegra había fallecido en Santiago de Chile. Estaba mayor, prácticamente ida a un mundo de fantasía que la había transportado a su infancia…Sin embargo, su partida dolió igualmente.
Se acrecienta mucho el sentimiento cuando un ser querido se va en la distancia de la geografía. Nos habría gustado haber estado a su lado en el último adiós. Dicen que se fue tranquila, con la dulce sonrisa de los abuelos y por haber vivido siempre en paz. Que emprendió el vuelo como las palomas, con aleteos vigorosos al principio, como resistiéndose a la partida, pero con la suavidad eterna hacia el descanso feliz en aquel Jardín del Edén tan soñado.
Nos quedamos con el corazón empequeñecido por el significado de la partida lejana. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Simplemente, estrecharnos en el abrazo fraterno, en la transmisión familiar de los cariños, compartiendo el dolor para hacerlo más pequeño. Y luego, recordar al ser querido, alzar la taza de café y brindar por la vida…
Hace unas semanas, en la mitad del mes de la Patria, falleció en Alemania Carlos Alvaro Rojas Aguayo, un periodista chileno, de 73 años, penquista y luchador, que tuvo que salir al exilio como lo hicimos miles y miles. Casi cuatro décadas lejos de la tierra soñada, creando familia, con cinco hijos y dos nietos. Encabezó luchas gremiales en su Concepción natal y por eso debió exiliarse en el '73. Y allá, lejos, no sólo luchó por la supervivencia propia, sino también por la de su pueblo. Dentro de lo que se podía, desarrolló iniciativas promoviendo sus ideales, basados en la solidaridad, el progreso y la igualdad…
Tras el paso de los años, las raíces echadas en aquel país se hicieron muy profundas. Y cuando pudo ingresar de nuevo al suyo, lo hizo con el convencimiento de que otra realidad surgía ahora en su Chile amado, que su mundo estaba afuera y que su lucha debía seguir presente en otros puntos de la geografía humana, pero sin dejar de empujar el carro de la solidaridad en su tierra nunca olvidada.
Se fue porque su corazón le dijo basta, rodeado del cariño de sus más cercanos, pero mirando siempre hacia el sur. Mientras que, en su región nunca olvidada, pasados varios días de su deceso, recién se esparció la noticia retrasando homenajes, silenciando lágrimas, sólo a medio recuerdos de los colegas más veteranos.
Morir lejos duele. Y duele doblemente. Cuando no se está en el momento del último adiós del ser querido. O porque el viaje eterno se inicia en tierras lejanas, sin el aroma de la Patria añorada, a medio camino del olvido.