La lección que deja la tragedia nortina
A menudo suele escucharse que los chilenos estamos acostumbrados a los embates de la naturaleza, lo que nos hace levantarnos y ponernos de pie cada vez que un megaincendio, aluvión, terremoto o tsunami golpea esta larga y casi desconocida faja de tierra. Frases que, por cierto, cobran más sentido a partir de la catástrofe vivida en el norte de nuestro país, tierra poco acostumbrada a las lluvias y que oficialmente ya ha cobrado la vida de 12 personas y mantiene a otras 20 desaparecidas. Si algo positivo podría haberse sacado de esta tragedia, es que los organismos de emergencia, particularmente la Onemi, haya podido reaccionar con prontitud y haberse trasformado en un ente de información oportuna, de advertencia a la población que permitiera afrontar las acciones de forma eficiente, revirtiendo el desastroso desempeño vivido la madrugada del 27 de febrero de 2010, durante el terremoto y posterior tsunami. No obstante, una vez más la lección no fue aprendida, la información proporcionada por meteorología no fue canalizada y transmitida como correspondía lo que hizo a la repartición ser un ente de reacción y no de anticipación. Fácil sería entonces empezar a rasgar vestiduras y volver a pedir responsabilidades, pero el momento no parece oportuno. Mejor es quedarse con la inmediata respuesta ciudadana, con aquellos que en Copiapó, Tierra Amarilla, Diego de Almagro y la región de Antofagasta han dejado sus afectos para ir en ayuda del prójimo, muchos de ellos ñublensinos que han hecho del norte su lugar de trabajo, mineras principalmente. También otros que a distancia ya iniciaron campañas de recolección de ayuda, principalmente agua. Están además aquellos que han viajado a la zona a colaborar desde sus conocimientos, como también quienes han ocupado las plataformas sociales para ser usadas como canales de información de niños, mujeres y adultos mayores que continúan extraviados. Ese es el otro Chile, el que siempre aparece y que efectivamente canaliza la información de forma adecuada y que, dicho sea de pasado, estuvo, está y siempre estará presente dando cuenta que la solidaridad que nos identifica no es un simple eslogan.