"El Sporting" es uno de los "Lugares Sagrados" que el profesor de Derecho de la U. De Valparaíso y de la UDP, Premio Nacional de Humanidades (2009) y ex asesor del gobierno de Ricardo Lagos inspecciona en el libro que acaba de publicar Lolita Editores. En el texto, Squella describe la felicidad que le provoca el galope de los purasangre y el sosiego que encuentra en una galletita del café Anayak, en una copa de Pernod servida en el Bar Inglés, en el silencio de las librerías o en las iglesías vacías que visita para curarse del ruido.
-Hábleme de sus amigos del Sporting: del Oráculo, del Pluto. ¿Por qué no son perdedores y viciosos?
-No sé si poesía, salvo que esta última palabra se empleara en un sentido muy amplio. Lo que hay en una carrera de caballos es energía, colorido, fuerza, determinación, y una estética que no encuentras en ninguna otra activiad. Ver cómo los caballos se abalanzan sobre el punto de llegada en los metros finales de una carrera, con los jinetes haciendo sus mejores esfuerzos, en la amplia paleta de colores que forman las casaquillas que visten, es algo único.
-¿Cuándo comenzó a reflexionar sobre sí mismo, sentado frente a -un café en el Anayak?
-Uno no sabe bien cuándo parten estas cosas. En cualquier caso, yo llegué tarde al café (lugar) y al café (bebida). Hasta hace unos 15 años no frecuentaba los primeros y, en cuanto al café, me sentaba mal. Luego las cosas cambiaron. Hoy el Anayak es uno de mis cafés preferidos y allí acompañan el cortado con un pequeño pancito de hoja que tiene el mismo color del café y que resulta sublime. Así fue como descubrí que los cafés, lo mismo que los bares, son lugares tanto para la conversación como la introspección, aunque yo prefiero la segunda. Yo entro a un bar o a un café para estar solo.
-¿Por qué hacer filosofía de los asuntos cotidianos como visitar una iglesia vacía o apoyarse en un vaso de "fuerte" servido en un bar?
-No sé si puede llamarse filosofía a lo que hago sobre los sitios cotidianos, y en especial sobre mis lugares sagrados. Humberto Giannini fue un maestro en eso de la filosofía de lo cotidiano, y no pretendo emularlo. Lo que pasa es que si la filosofía es una actividad que consiste en pensar hacia el límite de nuestras posibilidades, algo de eso me pasa a mí en bares, cafés y restaurantes, cuando estoy en ellos solo y en manos de mis propios pensamientos y emociones.
-¿Cómo fue encontrando sus propios lugares sagrados?
-A lo largo de la vida, mirando, sintiendo, atento a lo que me pasaba en cada uno de ellos. Parte importante de la vida es darse cuenta de cuáles son tus lugares sagrados.
-¿Cómo serán los lugares sagrados de las nuevas generaciones?
-No sé ni cómo serán ni menos cuáles serán, aunque imagino que lo único sagrado acabarán siendo esos teléfonos inteligentes, que ya sabemos que son mucho más que teléfonos, y que en cualquier transporte público la mayoría de las personas va consultando con una obsesión compulsiva. Las redes sociales dan la ilusión de estar comunicados con otros, aunque la verdad es que permiten algo menos que eso: estar conectados. Conexión y comunicación no son lo mismo. Tal como vamos, y después de muchos años de futura evolución, la cabeza humana va a adquirir la forma rectangular de esos apartos y crecerán también, desmesuradamente, los pulgares con los que estamos constantemente escribiendo en ellos. Esos aparatos modificarán nuestra anatomía, tal como han modificado ya nuestro cerebro.
De la casa al bar
-¿Qué le hace abandonar la casa para salir a campear a otros lugares sagrados?
-Para mí la casa es el lugar sagrado por excelencia, tanto que alguna parte del gozo que experimento en otros de mis lugares sagrados proviene de la conciencia de que en algún momento volveré a casa, oleré por un instante las fragancias del jardín, cerraré la puerta tras de mí y recuperaré a ese que pude haber extraviado durante el ir y venir de una jornada en que di clases, hablé con otros, toleré los ruidos de la calle, y así. En las librerías encuentro sosiego. Introspección en bares y cafés. Excitación en el hipódromo. Hipnosis en el cine. Sentido de pertenecer a algo en el estadio (en este caso a Santiago Wanderers de Valparaíso) y sosiego, otra vez, al interior de un templo vacío en el que no hay fieles ni ningún oficio en curso. Solo uno allí en medio de las impávidas figuras de yeso.
-Mi amigo Guillermo Cabezón, conocido como el Choto, tenía una yegua que no ganaba nunca, de manera que yo en el Bar Inglés, a pedido de él, le relataba una y otra vez una carrera en que la yegua ganaba siempre. La yegua se llamaba "Mortífera" y era de esa manera que Cabezón podía disfrutar en el bar lo que no conseguía en el hipódromo. Pero en cierta ocasión, al relatar quizás por centésima vez la carrera en el bar, hice perder a "Mortífera" y eso casi me cuesta la amistad de tan singular propietario de finasangres de carreras. Alterar la realidad, e incluso desmentirla por medio del lenguaje, puede tener un buen efecto terapeútico.
-¿Por qué un gobernante, un juez o un legislador que lee ficción es mejor que uno que no lo hace?
-Leer ficción mejora la percepción que tenemos de la compejidad de la vida y de las dificultades que experimentan todos los individuos para sacar sus cosas adelante. Mejora nuestra comprensión, nuestra compasión y nos predispone a eso que según Séneca es lo único que puede salvarnos: el contrato de indulgencia mutua. Autoridades que dictan normas para los demás, por lo mismo, pueden mejorar mucho su perfomance si además de escuchar a sus electores leen novela.
-Claro que sí. Siempre digo que soy persona de dos ciudades, Viña del Mar y Valparaíso. En Viña habito y en Valparaíso vivo. Quiero tanto a una como a otra, pero siento que Valparaíso responde mejor a mi identidad o, mejor, a los varios que soy, a mis distintas identidades. Y en cuanto a Miraflores, es un antiguo barrio arbóreo de Viña que todavía conserva un silencioso toque rural que a mi me viene muy bien.
-¿Cuánta filosofía hay en las conversaciones ajenas?
-Siempre pongo atención a las conversaciones de los demás, salvo que sean a gritos y plagadas de garabatos como es hoy la costumbre. ¿Por qué estamos hablando tan mal y a gritos? A veces en el café o en un restaurante tengo que cambiarme de mesa para no escuchar las risas estridentes y esa manera de hablar en que "weón", "weá" y "cachái" son casi las únicas palabras que uno escucha.
-Todo cierra, todo se acaba, todo tiene su fin, y eso es siempre doloroso, pero lo bueno es que uno no asiste al fin de todo. Sí estuve en el cierre del Riquet, del diario La Unión, del Samoiedo en Viña, y cuando paso ahora por los sitios que ocupaban siento una gran desazón, una punzada de nostalgia, porque la nostalgia es el valor que damos a las cosas buenas que tuvimos en el pasado. La nostalgia no es otra cosa que gratitud con el pasado.
-¿Por qué también huye usted de "las gallinas" del café?
-No se trata propiamente de gallinas, sino de un grupo de señoras jóvenes y de buen ver que llegan todos los días a unos de mis cafés en Viña. Parlotean mucho, en voz muy alta, y hablan de una manera que no es propia. Oírlas es como escuchar el revolute que hay en un gallinero.
-¿Qué hay de majestuoso en volver a la misma silla, al mismo rincón, al mismo vaso?
-Todos olvidamos, y no está mal que sea así. La vida sería intolerable si no tuviéramos capacidad de olvido. Aunque la verdad es que nunca olvidamos del todo. Olvidar, lo que se llama olvidar, equivaldría a olvidarnos de nosotros mismos.
-¿Aún lo llama su mujer al Bar Inglés?
-Ya no. Voy poco ahora al Bar Inglés. Mi hígado algo graso me aconseja ser prudente a la hora de visitar ese querido lugar. Además, han desaparecido muchos de los parroquianos con que me veía allí para jugar unas interminables partidas de dominó, un juego que nunca ha sido mi fuerte, pero al que me entregaba con gran aplicación.
Uno de los lugares sagrados de agustín Squella es el Sporting club de viña del mar. Allí se junta con sus amigos, pierde plata y apuestas, pero -dice- gana excitación.
Por Andrea Lagos G.
Agustín Squella Narducci -jurista, profesor, escritor- vive cerca del Valparaíso Sporting Club de Viña del Mar. Cuando hay alguna carrera importante -como un Derby- el día anterior se acuesta temprano y come poco. Al día siguiente, agarra su bici y en el Sporting se junta con "El Pluto", "El Oráculo" y otros secuaces con quieres brinda, come, apuesta y pierde plata.
-Cada uno de los que usted menciona daría para una entrevista separada. En el hipódromo perdedores somos todos, mas no viciosos. Algo compulsivos, a veces, cuando ponemos demasiada energía en conseguir lo imposible: que los caballos cumplan con nuestros deseos. En 2016, por el sello editorial Lolita, publicaré una crónica en la que el Pluto, un ex jinete de saltos que en el Sporting es amigo de todos, ocupará la mitad de las páginas. El Pluto es de esas personas que llevan una música dentro de sí y que la dejan salir a cada instante.
-¿Cuánta poesía hay en las carrera de caballos?
-A su amigo "Cabezón" usted "le arreglaba la realidad" oralmente. ¿Podría ser el lenguaje o los relatos una manera de "arreglarnos"?
-¿Se puede vivir en Miraflores y ser del Wanderers?
silencio
-Mueren los lugares sagrados: cierra el Riquet, Bacigalupo, La Unión de Valparaíso. ¿Qué otros lugares sagrados podrán reemplazarlos?
-¿Por qué busca tanto el silencio?
-Tengo un problema con el ruido. Para mí la peor contaminación es la acústica. Mi cerebro reacciona muy mal, incontroladamente, cada vez que un conductor hace sonar su bocina de manera estridente. Los templos vacíos proporcionan mucho silencio y es por eso que entro en ellos y trato de curarme de todo el ruido que he tenido que asimilar al caminar simplemente por la calle. En los templos vacíos puedo drenar el ruido que me ha inoculado la ciudad.
volver al origen
-Hay el valor de las rutinas. Alguien debería reivindicar el valor de las rutinas, que tienen que ver con la felicidad de volver a lo que conoces. Hoy todo tiene que ser innovación, pero a mí déjenme las rutinas. Vivir es regresar. Vivir es reconocer. Vivir tiene más de seguir la huella que de andar inventando cada día nuevos caminos. Descubre cuáles son tus mejores rutinas, defiéndelas con dientes y muelas, no las cambies: he ahí un secreto para eso que llamamos felicidad, cualquier cosa que esta sea.
-¿Cómo lo hace para vencer la Gangrena del olvido?
-¿Cuál es el cielo, el infierno y el purgatorio de sus lugares sagrados?
-El cielo son todos, el infierno no tener ninguno y el purgatorio equivaldría a ser privado temporalmente de ellos.
-La tina, un sublugar de sus lugares sagrados, ¿a qué conclusión llegó hoy allí?
-No entiendo cómo la mayoría de las personas prefiere la ducha a la tina. La ducha es un trámite; la tina, un baño. La ducha tiene que ver con la celeridad con que se vive y solo permite asearse, no pensar y menos sentir. En los hoteles ya casi no hay tina en los baños, y ese es un gran fallo. En cuanto a la conclusión a que llegué hoy al bañarme de tina... a que no tengo suerte en las carreras.