Me llega un mensaje a través de las redes sociales. Me dice verdades rotundas. Por ejemplo, que a medida que envejecemos nos damos cuenta de que un reloj de 300 mil pesos marca la misma hora que uno de 30 mil. Y que la soledad de una casa de 30 metros cuadrados, es idéntica a la de una de 300.
Esto me da motivos para dedicarle unas palabras -una vez más- a la felicidad. Y como ya lo he dicho en otras ocasiones en esta misma columna, la felicidad no sólo es un derecho, sino también una obligación. Estamos obligados a ser felices para llegar al ocaso con la mente lúcida, para alcanzar la sabiduría que la propia vida nos enseña. Porque la felicidad no está en las cosas materiales, sino en las espirituales, la vida interna de cada uno.
¿Para qué aparentar tener más, si somos menos?...El ser y el tener marcan diferencias enormes en nuestro tránsito vital. Ser felices no significa tener más cosas, sino saber disfrutarnos nosotros mismos, saber vivir en comunidad con lo que más nos gusta y nos lleva calma a nuestros sentimientos.
Debemos saber vivir en sociedad, compartiendo lo que hemos conseguido en la vida, especialmente los conocimientos y experiencias. Si sabemos reir, si sabemos conversar, o cantar con los que consideramos amigos, significa que hemos alcanzado esa paz interior que nos lleva a la manifestación feliz de la confianza y de la tranquilidad, del amor y de la comprensión.
La verdadera amistad no consiste en recibir más cosas de nuestros cercanos, sino en saber entregarles afecto y crear confianzas que, a su vez, te devuelven lo mismo.
La amistad se construye con tolerancia, con amplitud de criterios, con la apertura para tratar de comprender mejor a quien consideras tu amigo. La amistad no debiera tener en su vocabulario la palabra "perdón", porque la comprensión mutua enmienda los errores ajenos, a menudo involuntarios, circunstanciales.
Y tras cultivar estos conceptos, transformándolos en forma de vida, es importante tratar de transmitirlos a nuestros hijos, a quienes nos sucedan, a quienes nos escuchan o a quienes nos leen. Porque si conseguimos una sociedad fraterna, comprensiva, más humana, alcanzaremos mayores y mejores cotas de felicidad. Y, por sobre todo, viviremos en paz. En paz con quienes nos rodean y con nuestro propio yo.
Me dice el correo electrónico que "existe una gran diferencia entre un ser humano y ser un humano". Y yo estoy convencido de aquello, con todo lo que involucra la palabra "humano", que es sentimiento, solidaridad, generosidad, comprensión, amistad y tolerancia. Disfrutemos, entonces, de la vida.
Miguel Ángel San Martín Periodista.