Desde que se creó Start Up Chile, en 2010, han postulado casi 20.000 empresas de 130 países y han pasado más de 1.300 emprendimientos. A pesar de tener sólo 6 años de vida, este programa nos ha posicionado en el mapa del emprendimiento internacional, tanto por la venida de extranjeros a Chile como por haberse convertido en un referente al exportar su modelo a más de 50 países.
El balance de esta ambiciosa política pública es positivo. Los fondos levantados por las empresas luego de pasar por el programa superan los 385 millones dólares. Asimismo, ha fomentado la creación de redes de contacto, ha permitido reformular y optimizar modelos de negocios, ha potenciado competencias individuales y grupales, también ha atraído nuevos clientes para los empresarios locales y los ha contactado con potenciales inversionistas. No cabe duda que Start Up Chile ha generado una influencia positiva en el ecosistema emprendedor nacional.
En la lógica de atraer nuevos emprendedores al país, el programa ha incorporado focos dignos de mencionar. Uno de ellos es el Fondo S Factory, orientado sólo a emprendedoras para atraer a más mujeres al mundo del emprendimiento, que lamentablemente aún son minoría en proyectos de gran escala.
De la misma forma, destaca el impulso a la descentralización, donde se pretende llevar el programa Start Up Chile a regiones para fomentar la asociatividad entre emprendedores locales e internacionales, con el incentivo de $ 5 millones adicionales a los negocios que culminen su última fase de aceleración en centros regionales, potenciando el entorno emprendedor ciudades con enorme potencial, tales como Concepción y Valparaíso.
Esta visión descentralizadora del programa es un reto, pero también un gran acierto. En Chile arrastramos una deuda histórica con las regiones, que hasta la fecha habían sido subvaloradas en materia de emprendimiento. No debemos concentrar nuestros esfuerzos y recursos en la capital, bien sabemos que Santiago no es Chile. El emprendimiento, junto a la educación, es una de las principales herramientas de movilidad social y también debemos utilizarlo como un instrumento potente para incentivar una política de regionalización real, inexistente hasta ahora en Chile.
Juan Pablo Swett