Martín Caparrós hurga en el origen de su literatura
"Echeverría" es el flamante libro del periodista y novelista Martín Caparrós. Allí retrata al poeta y político bonaerense Esteban Echeverría, autor de "El matadero", quien a pesar de haber sentado las bases de las letras de su país, tuvo escasos momentos de gloria.
Ahora es 1830 y luego de una temporada en París el poeta, que aún no es poeta, Esteban Echeverría regresa a una Argentina que tiene solo 14 años como nación independiente. Una especie de hoja en blanco. Echeverría, con más entusiasmo que talento, decide que tiene una misión. Una ofrenda que entregar: para hacer de la Patria naciente una patria real debe inventar una literatura nacional.
Ese es el germen de "Echeverría" (Anagrama), la última novela del periodista y novelista argentino Martín Caparrós, que a la vez pretende ser la biografía del poeta y político bonaerense Esteban Echeverría, que gracias a sus poemas románticos y especialmente al violento y crudo cuento "El matadero" (1838-1840) se convertirá, junto a Domingo Faustino Sarmiento, en el padre de la literatura argentina.
"Su misión -la llama su misión, cuando la piensa la llama su misión- está penosamente clara, porque se ha propuesto que esté clara. Piensa que la Argentina es una unidad política o institucional, pero no va a ser un país mientras no tenga una identidad y que, para tenerla, debe tener una literatura: su literatura. La misión es precisa: sentar las bases de una literatura nacional. Armar una literatura", escribe Caparrós.
En "Echeverría", el autor de "Lacrónica" (2015) y "Una luna" (2009) cuenta las pasiones privadas e indecisiones del joven poeta nacional, aunque también hace un recorrido por tiempos confusos y turbulentos. Ahí, Echevarría ve pasar los años en medio de su tarea autoimpuesta y la enfermedad. También entre el amor, la pampa, la ciudad, la poesía y la militancia política que lo enfrentará a la dictadura de Juan Manuel de Rosas y lo llevará al exilio.
Lo cierto es que la última novela de Caparrós es también una aguda y luminosa reflexión sobre la escritura, sus márgenes, sus dudas y lo sinuoso de su camino. Un relato robusto sobre el sentido: ¿es necesario escribir? ¿Tiene sentido crear una literatura al servicio de la Patria? Tal vez no lo tiene, parece responderse Esteban Echeverría. Lo que sí tiene es destino.
-En algún momento pasó por tu cabeza que "Echeverría" estuviese escrito a la manera de Jean Echenoz o Patrick Devile, pero resultó un libro largo y complejo. ¿Qué te atraía, en un principio, de esas historias más pequeñas y poéticas?
-Lo de poéticas va por tu cuenta. Lo que yo quería era lo mismo de siempre: experimentar. En este caso, con la biografía de un personaje que me resultaba particularmente interesante. Y ciertas lecturas fueron la base, como siempre, para lanzar esos experimentos. Entre ellas estos intentos biográficos de Echenoz o Deville. Pero, como siempre, me fui al carajo y escribí un libro que no tiene nada que ver con los que ellos hacen. Por suerte, yo diría.
-A la ficción, sobre todo. Echeverría es una novela, basada en un personaje que existió y del que, como dices, se ignoran muchas cosas. Es lo que suele sucedernos con la mayoría de esos personajes, sólo que la historia a veces intenta disimularlo. Yo no.
-Bueno, sí buscó ciertas compañías: Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, Marcos Sastre, por ejemplo, al final incluso Sarmiento y Mitre. Pero hay un punto en que un escritor siempre está solo: cuando se vuelve realmente un escritor, cuando escribe. Y para crear una literatura, aunque parezca extraño, escribir suele ser necesario.
Mientras avanzan las páginas de la novela, llaman la atención unos pequeños pasajes que aparecen entre los capítulos titulados "Problemas". En esos bloques, lúcidos y agudos, Caparrós plantea las dificultades de escribir una novela como Echevarría. Ahí reflexiona, duda. Hace conjeturas. Ante todo experimenta y desata su vocación omnívora. "Quise exponerlas, porque que eran un elemento interesante dentro del relato, una puesta en cuestión de ese relato. Porque imaginé que mejoraban el libro, claro. ¿Se necesitan razones para escribir?", dice Caparrós.
Finalmente, ¿qué son esos bosquejos? ¿Micro ensayos? ¿Memorias en clave? ¿Crónicas? Cualquier respuesta parece ser un rótulo tan pobre como confuso. Lo cierto es que con esos "Problemas" la novela cambia. Adquiere una vitalidad inusitada. Se convierte en una narración paralela pero a la vez indivisible. En un juego de espejos: en la novela tanto Esteban Echeverría como Caparrós dudan. Y mucho. Estas son algunas de las que se le presentan al periodista argentino:
"En el mercado vacilante de la letra, las novelas históricas son el refugio más canalla: libros que se venden porque te dicen que al leerlos no estás perdiendo el tiempo; que estás haciendo algo útil, que vas a aprender algo. Libros que aprovechan esa última cualidad que atribuimos a los libros -el supuesto saber, el prestigio de la letra impresa- para vender a muchos sus cositas".
"Me gusta, en cualquier caso, me fascina, la imagen del intelectual que piensa que su país no es lo que debe e intenta convertirlo a imagen y semejanza de su imagen. Y que por eso, paga un precio".
"No me interesa usar el pasado para pensar el pasado como un presente, sino el presente como un pasado: ponerlo en perspectiva histórica y desarmar -un poco- la mayor trampa que tienden todas las culturas: que esa cultura va a durar para siempre: que nunca se volverían pasado. Todos los tiempos se volvieron".
"Al leerlo se me impusieron dos comprobaciones: Echeverría era el primer cronista argentino, el primero que intentó hacer relato de sus zonas más turbias, y era, también el primer antiperonista, uno que no necesitó a Juan Domingo Perón para empezar a hacerlo".
-En tus novelas y trabajos periodísticos siempre hay una búsqueda por encontrar o perfilar "lo" argentino. Pienso en "El interior" (2006), "Los Living" (2011), "A quien corresponda" (2008), "Boquita" (2005) y muchos otros. ¿Qué crees que le aporta la figura de Echeverría a la argentinidad?
-Es cierto, pero también en muchos de mis libros hay intentos de pensar lo global: "El Hambre" (2014), "Contra el cambio" (2010), "Lacrónica", "Un día en la vida de Dios" (2001) y tantos más. Lo que creo que "Echeverría" le aporta a lo argentino es esta búsqueda de una identidad -que es nuestra identidad más persistente- y esa rara contradicción que recorre nuestra historia: quiso armar una literatura cercana a los modelos del romanticismo europeo de la época, seguir los dictados de la "civilización" y, para hacerlo, tuvo que recurrir a los materiales más "bárbaros", los gauchos, los indios, el campo. Eran los que le permitían postular una identidad, una diferencia: escribiría como un europeo, pero tendría que resignarse a que sus materiales serían telúricos, autóctonos.
-Dijiste en alguna entrevista que quizás insistirás en seguir con una saga histórica de personajes casi inexistentes. ¿Qué figuras de la historia de Argentina te interesan?
-No lo sé todavía. O voy a simular no saberlo, para que después no venga un periodista con internet a reprochármelo cuando no lo haga.
-¿Cuál será tu relación personal con Echeverría ahora, después de este tiempo que pasaste consagrado a su figura y a su literatura?
-No me voy a dejar la barba en U, si ése es tu temor. Nada, formará parte de mi pasado cada vez más tupido, y volveré a recitar de tanto en tanto aquello de "era la tarde y la hora/ en que el sol la cuesta dora/ de los Andes./ ¡Flor de culo el avestruz,/ pa' poner huevos tan grandes!".
"Echeverría"
Martín Caparrós
Editorial Anagrama
376 páginas
$23.300
"El suicidio"
Se pregunta si realmente lo está haciendo. Está perdido. O quién sabe extrañado: lejos de alguna parte. Está perdido o quién sabe extrañado y se pregunta si realmente lo está haciendo: hay momentos en que lo que le pasa es eso. Hay momentos en que querría saber si de verdad está haciendo eso que hace; saber, también, si hace lo que hace porque decide hacerlo o porque cae, como quien cae, como quien se desliza.
Está perdido, sorprendido: siente en la mano la pistola, la mira, la aprieta en la mano derecha vuelta puño. Se pregunta si realmente, de verdad.
La pistola es así: la empuñadura de madera oscura con una incrustación de bronce muy gastada; el gatillo también de bronce y, justo encima, el martillo como el pico de un pájaro sin pájaro listo para caerle al pedernal y producir la chispa que haga volar la bala única; y, por fin, el cañón, sobre su cuña de madera: el cañón es de bronce y está picado, ennegrecido. Lo mira, piensa que quizá no funcione, no sabe qué pensar.
Siempre se preguntó por qué su padre había dejado esa pistola.
Sobre su padre no tiene respuestas. Por suerte, piensa, cada vez tiene menos preguntas. Llegará un día, piensa, en que no quiera saber nada.
Un día en que no quiera saber nada.
Echeverría está sentado en el borde de una cama de hierro, malpintada de blanco, una colcha de lana color marrón dejado, la camisa desabrochada hasta mitad del pecho, los pelos negros enredados, la pistola en la mano, y ya lleva dos horas de tormentos: he sufrido en dos horas tormentos infernales, dirá después, y que una especie de vértigo se amparó de sus sentidos y ofuscó su razón, dirá: que ofuscó su razón. Para decir que lo había poseído la idea de la muerte: la idea de la muerte se enseñoreó, dirá, de todas mis potencias. Dirá que la idea de la muerte se enseñoreó de todas sus potencias y que en vano forcejeaba por desasirse de ella: en vano yo forcejeaba por desasirme de ella, dirá, y que con mano poderosa lo apremiaba, lo arrastraba hasta el borde, dirá: con mano poderosa ella me apremiaba, me arrastraba hasta el borde de la tumba y señalándome el abismo me decía: dirá que señalándole el abismo le decía pusilánime, aquí está tu reposo, dirá: aquí está tu reposo, un golpe solo y serás feliz, dirá: feliz.
Echeverría mira la pistola como quien mira un insecto que no tendría que estar ahí, que no va a irse.
Es un crío, sólo que no lo sabe -porque los críos nunca saben. Echeverría, esta noche, no ha cumplido dieciocho años.
Matarse, en esos tiempos, es matarse. El suicidio siempre es un gesto terminante: acabar con lo que hay, con -casi- todo lo que hay. Para quien no imagina ninguna forma de vida más allá de esta vida, para quien cree que la muerte es el final sin fin, el suicidio sólo adelanta lo que, de todos modos, no puede más que suceder: una cuestión de tiempo. En cambio, para quienes consiguen seguir creyendo que su dios les garantiza más cosas más allá, matarse es matarse: acabar con cualquier esperanza de una vida larga y venturosa en la otra vida.
Para la superstición más difundida de ese tiempo, matarse es matar y, como tal, un pecado mortal. No matarás es una orden general, que excluye a los enemigos de la Patria o de la Fe pero no a la propia persona: se puede matar infieles o invasores, no a uno mismo.
Así que quien se mata se mata: condena a su alma a arder en el infierno por un tiempo tan largo que algunos sólo saben llamarlo eternidad. De algún modo, matarse fue la primera manera de matar a Dios. Nadie que creyera en su existencia podía elegir esa muerte que le abría las puertas del infierno; matarse, entonces, es decirle al dios que no te temo -pero el único modo de no temerle es que no exista. Filósofos defendieron, en esos años, la elección de matarse; Johann Wolfgang von Goethe era un joven abogado de familia rica cuando publicó, 1774, una novela que tituló Las penas del joven Werther: penas de amor, soledades de amor, suicidio por amor. El amor irrumpía en la conciencia de Occidente, el amor se hacía necesidad en Occidente y Werther fue furor, la moda Werther fue furor: por toda Europa los jóvenes ricos se vestían à la Werther, hablaban à la Werther; miles se suicidaron à la Werther. La primera gran rebeldía juvenil consistió en no dejar nunca de ser joven: negarse por la vía radical a envejecer.
Echeverría mira la pistola -ese animal extraño, tan fuera de lugar en su mano apretada- y no piensa en amor: piensa en las culpas que el amor produce. En su madre, muerta el año pasado. En su certeza de que su madre se murió por su culpa. La suya, piensa, la mía, por mi estupidez y mi desidia y mi lascivia y mi crueldad, piensa: por mí, por mi culpa grandísima.
Un ojo por un ojo, dicen, piensa: un hijo por su madre, yo.
Por Javier Correa
-¿Qué tan difícil fue perfilar a un tipo como Echeverría, del que se conocen tan pocos detalles de su vida? ¿A qué recurriste?
-¿Por qué crees que Echeverría decidió que tenía por misión inventar una literatura nacional argentina a solas, sin buscar compañía?
"Las novelas históricas son el refugio más canalla: libros que se venden porque te dicen que al leerlos no estás perdiendo el tiempo".
alvaro delgado
"Echeverría es una novela, basada en un personaje que existió y del que se ignoran muchas cosas".
"Echeverría mira la pistola como quien mira un insecto que no tendría que estar ahí, que no va a irse".
Adelanto del primer capítulo del libro "Echeverría".
Por Martín Caparrós