La historia del fotógrafo fantasma que escapó a Chiloé
En "El brujo", la nueva novela de Álvaro Bisama, un fotógrafo quebrado decide abandonar su trabajo y largarse a Chiloé, pero el pasado seguirá resonando. El libro es también un viaje desde la claridad a lo más viscoso y pesadillesco.
Parte así: "A veces me preguntan por mi padre y lo que hizo. En respuesta, yo cuento esto para explicar qué pasó con él". El hijo recuerda que su padre trabajó como fotógrafo callejero para una agencia inglesa durante los años de protestas masivas en contra de la dictadura. Lo hizo por necesidad, no por vocación o compromiso político. Se templó en la calle: le pegaron, lo detuvieron, le rompieron varias cámaras. Abandonó su sueño de ser artista. Se hizo conocido entre los reporteros gráficos. Se acostumbró a la línea de fuego, a la violencia, a la adrenalina. Cambió".
"Sus fotos eran eficaces, captaban la violencia, la congelaban sin estilizarla, huyendo de toda poesía, de toda consigna. Sus fotos eran claras, eran nítidas, no tenían dobles lecturas. La mirada de mi padre era directa, no había tiempo para ninguna profundidad", dice el hijo en "El brujo" (Alfaguara), la última novela de Álvaro Bisama (Valparaíso, 1975).
Pero en algún momento el padre se rompe. Después de ser torturado, de ser enviado por la agencia a retratar los lugares donde los militares habían hecho desaparecer cuerpos, terminó de colapsar. Hastiado y paranoico, decidió irse en 1988 a Chiloé y cambiar de vida, a escapar de "sí mismo y de la violencia". Pero, en medio del bosque y la lluvia constante, la violencia lo alcanza nuevamente. Ahí, el hijo le cede la voz al padre. El ambiente se vuelve viscoso, deforme. El tono de la novela se vuelve difuso, entre lo policial y el terror, como el relato de una pesadilla.
La segunda parte funciona como una especie de lado B o pista oculta. "Cuando me preguntaban qué había pasado con mi padre, lo que no contaba era esto", dice el hijo.
El brujo llega a librerías diez años después de la primera novela de Bisama, "Caja negra" (2006). En esa década, todo ha sido rápido y movedizo. Ante todo, prolífico: cuatro novelas, tres volúmenes de cuentos y dos de ensayos. También, innumerables críticas televisivas en La Tercera. Un cuerpo literario que se mueve como una colección de preguntas.
"No hay cálculo. Puede haber una compilación de pasos en falso. Lo que yo leo es una serie de libros que son fotos de cosas que estaba pensando en el momento en que las estaba escribiendo. Me remiten a eso. Nunca esperé que apareciera "Estrellas muertas" (2010), pero por un lado insistí en escribir "Ruido" (2012), que tuvo versiones que duraron diez años entre la primera y la última. Nunca he calculado. Y me parece que eso me ha permitido escribir ficciones o ensayos que pueden moverse de un lugar a otro, que no estén fijos en un programa más allá de los intereses que tengo. Que tampoco los tengo tan claros", dice Bisama en un café del Parque Bustamante.
-¿Cuál crees que fue el punto de partida de "El brujo"?
-Una noche fui a una comida en la casa de un amigo y él me contó una historia. Me quedé con una imagen: la de un hombre al que le tocaban la puerta dos personas en un bosque. Luego de eso, caché que había algo ahí que quería resolver, quería llegar a esa imagen, preguntarme por eso y apareció la novela casi completa. Todas las piezas calzaron sin que lo buscara demasiado. Luego le conté a mi amigo que estaba escribiendo esto y me dijo que nunca me había contado nada. La novela salió de un recuerdo falso. Se armó desde ahí.
-"Uno tiene que trabajar siempre contra su habilidad", ha repetido Fabián Casas como una máxima. Mucho de eso hay en este libro en comparación a tus novelas anteriores. ¿Por qué quisiste que tu escritura fuese más sencilla, con menos juegos formales?
-Creo en la máxima de Fabián. Siempre he tratado de pensar desde ahí lo que hago. Los libros van cambiando. Ahora, creo que también exigen su forma y me parecía que esta historia no tenía que tener ningún truco narrativo, que tenía que ser muy despojada de estructura. Eran dos relatos como lanzados hacia adelante. Eso no admitía ni la parodia, ni el humor. Tampoco la cultura pop. Tenía que ser una cosa leída desde una zona mucho más a la intemperie, destemplada, más desangelada. Sobre todo porque estaba planteando un viaje y ese viaje era uno geográfico de Santiago al sur y también uno temporal desde los ochenta al presente. También, uno referido al lenguaje. Parte en una zona muy nítida y termina volviéndose un lenguaje mucho más pesadillesco. Y en ese contexto, me interesaba ese desplazamiento, que es lo que había motivado la novela.
-¿Ese desplazamiento también tiene que ver con las voces, el paso del hijo al padre?
-Claro, porque en el fondo para llegar a la voz del padre, una destruida, quebrada, hecha pedazos, tenía que pensar también la voz del hijo, que tenía que ser mucho más clara. Pero no podía llegar al quiebre sin lo otro. Tampoco era buscado. Creo que las novelas son un proceso de descubrimiento que tiene que ver con el lenguaje. Para llegar a él tenía que recorrer el mismo camino. Una novela no es sólo algo que uno escribe, es también un lugar al que uno se va a vivir. Cuando estás metido en una novela como esta, que a mí me tuvo absorbido y que trabajé de modo muy continuo durante un tiempo muy tenso, también se transforma en una máquina desde la que lees el mundo.
-Has dicho que al dejar esta zona de confort en la que estabas, al volver a la narración, te fuiste encontrando con cosas que no habías presupuestado, ¿cuáles fueron?
-Darme cuenta que estaba escribiendo una historia sobre el paisaje. Había escrito otros libros y ahí había teorizado sobre la provincia, pero "El brujo" era salir a otra zona, que era una provincia mucho más ficticia. El Chiloé al que había ido era real, uno que no tiene una obsesión documental ni referencial. No tenía clara la trama de la novela. En general nunca la tengo clara, pero en este contexto, como no era una novela fragmentada sino que algo mucho más lineal, la iba descubriendo a medida que la escribía, los giros, las preguntas, los modos. El momento en que el fotógrafo hace un mapa de los lugares baldíos, eso jamás estuvo en el plan de la novela. Sabía que el personaje se iba a quebrar por alguna razón. Pero ahí te das cuenta de que la novela funcionaba para mí porque, en el fondo, cuando estaba escribiendo sobre esos terrenos, estaba pensando en que hace diez años atrás me tocó ver las animitas que habían puesto en los lugares en donde habían dejado el cuerpo despedazado de Hans Pozo en Puente Alto. No estaba sólo pensando en los ochenta, o en la vida del fotógrafo, sino que también en cómo ese mapa se relaciona con un mapa de la ciudad que yo había alguna vez entrevisto.
-¿Tampoco tenías en mente esta foto en que un carabinero amenaza con un revólver a una chica que figura en el suelo en medio de una protesta?
-¡La foto nunca la tuve en la cabeza! Mucha gente me dice que esa foto existió, me hablan de la foto. Y la foto para mí es una colección de fragmentos que nunca vi del todo. Entiendo cómo funciona, soy capaz de narrarla, pero nunca la vi. Vi la foto en la medida que escribía los fragmentos que la componían. Y quizás por eso la coloqué ahí, porque descubría qué significaba, cómo estaba armada en la medida en que la iba escribiendo. No escaleteo ni hago plan previo, entonces también era interesante ese proceso para mí.
-¿Qué es lo que más te interesa de trabajar con imágenes del pasado que de cierta forma siguen vivas en el presente? Pienso en la ciudad, también en ciertas escenas de la represión que continúan.
-Creo que el pasado de la ciudad existe en el presente y que la ciudad es una suerte de palimpsesto constante e interminable sobre el que se apila su propia memoria. Donde hay una farmacia antes había un cine o un templo evangélico. Me pasa cuando voy a Villa Alemana y trato de recordar qué había antes, cómo han cambiado los edificios. Me parece que justamente en esa clausura, en esa tachadura, en ese tiempo presente, en eso que no está, es posible ver las señales de lo que se perdió. Sin nostalgia. Eso sigue habitando ahí. Eso me pasó en la primera parte de la novela, en la segunda ya estaba preocupado de otras cosas. Como te decía, es una buena excusa para pensar la ciudad, darle una vuelta.
-Me gustó la idea que hay en la novela sobre la fotografía, esta ambivalencia del oficio, que puede cambiar un destino, dificultar la superación de heridas del pasado pero, a la vez, documentar y establecer verdades. Develarlas. ¿Qué es para ti la fotografía?
-No lo tengo claro. Mi mujer es fotógrafa, parto por ese dato. No lo sé. Es una pregunta. Una pregunta sobre cómo funciona la luz, una pregunta sobre cómo funcionan los objetos, una pregunta sobre cómo funcionan los cuerpos, una pregunta sobre cómo funciona lo que está ahí. Es el recorte de una ficción o el recorte de un documento. Es algo que no puedo resolver y, como no lo puedo resolver, quizás por eso lo escribo. Me parece que escribir de eso tiene que ver con esa ausencia de certezas y me gusta que la literatura exista en esa ausencia de certezas.
Álvaro bisama cuenta que "El Brujo" nace de una historia falsa que le contó un amigo.
Álvaro Bisama Editorial Alfaguara 228 páginas
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"El brujo"
Por Javier Correa
"Nunca he calculado. Y me parece que eso me ha permitido escribir ficciones o ensayos que pueden moverse de un lugar a otro".
Carla McKay
"Había escrito otros libros y ahí había teorizado sobre la provincia, pero 'El brujo" era salir a otra zona, que era una provincia mucho más ficticia".