Convencido de que la filosofía es una disciplina que nos enseña a pensar, cuando tuve frente a mí a un grupo de 30 niños, cuya edad promedio era 11 años y cursaban el quinto año básico en la Escuela de Aplicación, anexa a la Escuela Normal de Valdivia, donde comencé mi carrera pedagógica, tuve la ocurrencia en un día de lluvia, de pedirles que me hicieran una composición en clases, aprovechando como las nubes del cielo evolucionaban y amenazaban dejándose caer. Era de verdad un espectáculo digno de inspirar a cualquier persona. Pensé que a mis alumnos les haría bien imaginarse lo que iba a ocurrir. Les ordené que acercaran sus sillas y mesas a la ventana de la sala y mirando el cielo, escribieran sus impresiones.
Llegó el instante del trabajo y después de 40 minutos de trabajo, me entregaron sus composiciones. Las llevé a mi casa y las leí. Confieso que hubo algunas muy buenas. Pero dos me sorprendieron. Sus autores Pablo y Miguel, si la hubieran escrito en casa, habría pensado que hubo allí una mano adulta. Apreciemos lo que hicieron. Pablo escribió sobre las hojas que con la lluvia se desprendieron de los árboles. La mayoría dice eso, pero Pablo agregó un diálogo entre dos hojas, sobre el aporte que harían desde ahora a la energía y fuerza de la tierra, abonándola con sus desechos. Por lo tanto, seguirían siendo útiles después de su muerte. Eso era lo más importante: seguir siendo útil. Miguel, por su parte, escribió sobre dos gotas que se deslizaban por la superficie del vidrio, cuando la lluvia comenzó a insinuarse. Ambas gotas, resbalaban por sobre el vidrio, hasta que se apartaron. La primera llegó hasta el marco inferior de la ventana y se disolvió allí. La segunda, llegó posteriormente y le pasó lo mismo. El problema del infantil observador era por qué llegaron separadas, cuando habían partido juntas. Y aquí es donde el pequeño Miguel hace funcionar su capacidad creativa, al asociar este comportamiento de ambas hojas con la muerte de los seres humanos, cuya muerte será siempre un misterio, pues les sucede lo mismo. Cada ser humano tiene su hora y ésta no depende de nadie, así como las gotas que nacieron juntas, pero murieron separadas. Miguel concluye, con un ligero análisis sobre las diferencias individuales, que nos hace únicos y distintos, al igual que esas dos gotas.
Pablo y Miguel eran dos niños entonces. Sus ejemplos me sirvieron para pensar que bien valdría la pena hacer clases de filosofía en el nivel básico, un par de horas a la semana de filosofía infantil por estos dos niños pensadores: dos filósofos emergentes. ¡Qué ingenuidad la mía, a comienzos de mi carrera! ¿Quién iba a pensar, que 60 años después, ahora, el 2016, el Ministerio de Educación propondría eliminar la filosofía de los planes curriculares de la enseñanza media? Aún no he leído ni escuchado las protestas de los profesores de Filosofía, salvo el senador Navarro y profesor de la asignatura.
Por Carlos René Ibacache I. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua.