Para estar a tono con la actualidad, esta columna se dedicará a la visita de Fidel Castro a Chile, con algunos de mis recuerdos de 27 años como reportero de Moneda, que me permitieron cubrir todas sus actividades.
El anuncio de su venida lo hizo el propio Presidente Salvador Allende, saltándose todas las organizaciones comunicacionales de gobierno. Lo segundo fue que, a solicitud del propio doctor Allende, el paso de la comitiva se hizo por Alameda, en automóvil abierto. Castro había pedido un automóvil privado. ¡Demoró más de dos horas, desde Estación Central hasta La Moneda! Desde sus balcones saludó a la ciudadanía. El mismo día, en la Embajada de Cuba, aceptó recibir a todos los medios, cinco minutos cada uno, durante los cuales se mostró amable y receptivo.
Los periodistas tampoco olvidaremos la conferencia de prensa maratónica que ofreció en los estudios de Chile Films: ¡Duró seis horas! Tuvimos que hacer turnos para poder despachar a nuestros medios. Luego, decidió recorrer Chile entero: desde el extremo norte hasta Punta Arenas. Y no siempre en avión. Viajó por la Pampa del Tamarugal en automóvil y estuvo en las salitreras. En María Elena jugó un recordado partido de basquétbol: su comitiva contra los periodistas. Naturalmente, ganaron ellos: 13 x 12. Al término, para demostrar su alegría, bailó una especie de vals con el entonces ministro secretario general de gobierno, Jaime Suárez, el cual se prestó para burlonas alusiones del diario "Tribuna", que encabezaba la prensa opositora de la época.
Cuando llegó a Concepción, iba resfriado. Recorrió el centro en automóvil. Recuerdo que le pregunté a gritos: "¿Cómo está el resfriado, comandante?" Respuesta: "El resfriado está bien. El que está mal soy yo". Pasó el día en la ciudad y luego continuamos a Puerto Montt, donde se embarcó en una unidad de la Armada y navegó dos días por los canales. Quedó muy impresionado por su belleza, así como por la cultura de los oficiales de la Armada de Chile.
En Punta Arenas, al igual que en el resto del territorio, estuvo en todas partes. Durante su visita a una estancia, presenció una esquila de corderos. Pidió un peine-navaja e intentó hacerlo lo mismo. Se hizo un corte profundo de una mano, que lució vendada por un par de días. Prometió no repetir el intento.
Iban ya diez días y todo el mundo, incluido el gobierno, pensaba que al retornar a Santiago finalizaría su visita. Pero eso no ocurrió. ¡Se quedó 24 días! Fue tanta la molestia de La Moneda, que hasta el Presidente Allende intentó enviarle un mensaje con el senador Carlos Altamirano para que acortara su presencia en Chile. Altamirano no se atrevió a cumplir su misión. Al momento de su partida, un suspiro de alivio político se escuchó en la sede de gobierno. Después de todo, como dice una antigua frase española, "después del tercer día, los invitados huelen a pescado".
Raúl Rojas, Periodista y Académico.