Hace un año, el Papa Francisco nos sorprendió con una invitación que ha sido un regalo de Dios, en medio de nuestro agitado y violento mundo actual. El Jubileo de la Misericordia, celebrado en la Iglesia Católica y recientemente clausurado, ha permitido reflexionar sobre el tema del amor y la misericordia no sólo a los fieles, pues su mensaje se ha dejado escuchar en todo el mundo, como una invitación a humanizarnos, respetarnos y trabajar juntos por un mundo más justo.
En cada familia, lugar de trabajo, y en todos los ambientes humanos, no siempre se constatan actitudes de misericordia, pues parece que el pragmatismo y la dureza del corazón nos llevan más bien por el sendero que distancia, divide, exige y no perdona a nadie los errores. No es común, en nuestro lenguaje diario, usar palabras como "misericordia", "misericordioso", "compasivo", "benévolo" y otras semejantes, sinónimas o más o menos equivalentes. Pareciera que la búsqueda constante de la eficiencia no permite la compasión ni la misericordia y, a través de muchas actitudes diarias, casi sin darnos cuenta, nos distanciamos, etiquetamos y juzgamos sin misericordia.
La reflexión que nos presenta el Año Santo, no debería terminarse con su clausura, más bien debería quedarse en nuestros corazones para cambiar nuestro mundo indiferente y convertirlo en un lugar más grato y feliz para todos. Por otra parte nos desafía a asumir nuestra falta de misericordia en las situaciones de cada día y nos convoca a dejarnos transformar por las palabras de Jesús, cuando nos dice: "sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36 ).
La misericordia es parte esencial de la vida cristiana, una virtud a cultivar a diario, en medio de los ambientes más diversos y, de manera especial, en la vida familiar. Ahí comienza el compromiso con los demás, pues el ejemplo de padres y familias misericordiosas y justas permiten el nacimiento de un profundo compromiso para trabajar por un mundo más solidario, dialogante, justo y misericordioso.
Hemos cerrado la puerta santa del Año Jubilar, es ahora el momento de abrir las puertas del corazón, mirarnos con más misericordia, aceptarnos unos a otros con nuestras debilidades y fortalezas, asumir nuestras propias flaquezas y cultivar actitudes misericordiosas y acogedoras hacia todos. Así, haremos de nuestro frío mundo un lugar más feliz y amable.
Carlos Pellegrin Barrera Obispo de Chillán.