Los límites del verano
¿Qué hace un artista frente a una (la) catástrofe? Esta es una pregunta que siempre me hago y que no me respondo, porque es inútil. Un artista es un simple ciudadano y como tal puede convertirse en voluntario en un proceso de ayuda a damnificados, como suele ocurrir. El tema es más estructural y supone un pensamiento específico, en que las rutas del arte podrían servir. Los temas de seguridad pública y de emergencias varias tienen dueños, los que suelen habitar en la institucionalidad política y académica.
El siglo XX (y el XXI también) fue prolífica en guerras y desastres. La pintura Guérnica de Picasso es una de las respuestas clásicas a esa catástrofe, por dar un ejemplo potente. ¿Y en relación a las otras grandes catástrofes que nos tocan tan de cerca, como nuestros identitarios terremotos, inundaciones o los incendios devastadores del Valpo profundo? ¿Cómo respondemos a eso?
La lógica indica que hay un después que le pertenecerá al mundo de los símbolos, porque las emergencias suponen capacidad de reacción rápida y eso está entregado a zonas institucionales duras, pero que a veces no tienen en cuenta cuestiones que deben ser enfrentadas con imaginación creativa.
He estado pensando mucho en esto, sobre todo porque me toca participar en una mesa de artistas que intenta apoyar un proceso ciudadano como metodología política para enfrentar problemas de ciudad; todo esto acá en Valpo. Y entre muchas iniciativas, surge una que suponía la limpieza de quebradas y con todo el material (o basura) que de allí surgiera los artistas debían desarrollar una obra o instalaciones de carácter colectivo. Se llamaría Bienal de la Quebradas. Quizás los artistas, y esto es una tesis arriesgada, sean expertos en enfrentar catástrofes, porque viven constantemente en ella; lo decimos en términos de subjetividad, aunque esto no le quita fortaleza a la aseveración. La producción de obra tiene un componente ruptural de base, un quiebre significante que los convierte en sujetos privilegiados, en momentos en que sólo una acción paradojal define las pautas de reacción. Una gran tragedia nos incita a ver sólo lo manifiesto, nos obliga a la mera visibilidad morbosa, cuando es necesario estar atento a lo radicalmente otro, a lo que no se ve.
En el contexto trágico de una catástrofe uno de los primeros grupos que reaccionan son los políticos, cuya relación con dichos eventos suele ser de manipulación impúdica, irremediablemente; luego viene la piedad y la culpa solidaria.
La palabra catástrofe concita un gran campo semántico, porque se trata de un acontecimiento traumático que ruptura violentamente la linealidad o "normalidad" del quehacer humano. Hay una clásica teoría de las catástrofes del matemático francés René Thom que intenta explicar estos saltos dramáticos como eventos sorpresivos que rompen trágicamente con la continuidad.
En el caso de Valpo impedir que ocurra un incendio podría dejar de ser un hecho discontinuo, porque ya parece un hábito estacional, algo propio de la época estival. Por eso y por otras cosas yo odio el verano, porque nos ofrece siempre lo mismo, el incendio como calamidad domesticada. Y de inmediato surge la razón urbana regida por la especulación inmobiliaria y la lógica política, es decir, emerge la ficción conspirativa y la patología que siente placer en la provocación del fuego, porque en el instinto de cierta oligarquía, no deja de ser una oportunidad salvífica. Recuerdo la novela de Bradbury Farenheit 451, en donde el símbolo del fuego es un purificador cultural (la quema de libros es una necesidad de un orden social). La quema de casas con nula legitimidad urbana puede ser una homología o la amenaza permanente de un cordón forestal como espada de Damócles sobre el territorio.
Quizás nos hemos acostumbrado a vivir en el límite, siempre a punto de que se produzca el efecto mariposa o a punto de que la gota rebalse el vaso. Aquí adquiere cierto sentido la teoría de René Thom. La paradoja explota, cuando además de la oferta de incendios, el verano nos brinda esos raros dispositivos de esparcimiento y entretención (y exhibición), llamados playa. Además, la pega para artistas en cuanto a exposición pública, aumenta un poco, hay ferias y ocio de verano que se relaciona con cultura que a veces estimula el mercado culturoso. Festivales de música, de teatro y otras manifestaciones que la época estival posibilita hacer al aire libre dinamizan un ambiente desatado e impostadamente feliz. Paradojalmente, es un momento de extrema peligrosidad para la irrupción de la catástrofe.
Marcelo Mellado