La existencia del Día Internacional de la Mujer debiese invitarnos a relevar las luchas por los derechos de las mujeres, a tomar conciencia sobre la posición desventajada y despojada de derechos igualitarios respecto de sus pares varones y nos debiese exigir visibilizar la insuficiente voluntad política por lograr un real reconocimiento de la mujer como sujeto pleno.
En Chile, este día está lejos aún de ser un día que nos invite a la reflexión, a la autocrítica y a visibilizar la condición social de las mujeres, su discriminación y la violencia a la que está sometida. Ejemplo de esto es la desafortunada invitación de la Municipalidad de Providencia al tenor Tito Beltrán, declarado culpable del delito de violación en Suecia en 2008. Creo que lo inadecuado del artista elegido para la ocasión es evidente, siendo reflejo de la aún delicada situación de invisibilidad de los derechos de las mujeres en la sociedad. Porque aquí, estoy cierta, no hubo un acto deliberado. Lo que hubo fue lo que muchos y muchas en este país aún padecen: falta de conciencia y de reconocimiento de la violencia contra las mujeres.
Nos golpea la ausencia de reflexión sobre nuestra condición social, sobre la violencia de género que padecemos a diario, sobre las dificultades para el logro de paridad política, económica, educacional y social. Nos golpea la violencia contra la mujer y las cifras de femicidios. Nos golpean las leyes aún limitadas para prevenirlas y condenarlas. Nos golpea la negativa de los poderes del Estado de otorgarnos derechos de autodeterminación sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Y me detengo en este punto, ya que la discusión sobre la despenalización del aborto no puede dejarnos indiferentes en este día, ya que concentra, en múltiples aristas, una de las mayores pruebas de la discriminación que sufren las mujeres en nuestra sociedad. Esto, ya que esta discusión revela que el reconocimiento de su autonomía y derechos, están vedados. El centro de la discusión ha girado en torno a consideraciones morales, a prejuicios de género, a los derechos de la vida potencial, pero nunca se ha centrado en los derechos de las mujeres.
La mujer es un sujeto de pleno derecho y debe tener la potestad de decidir autónomamente sobre su vida. No puede ser posible ni aceptable que un embarazo no deseado, no consentido, no aceptado, no viable, no sostenible psíquica, física, económica y/o biográficamente, quite derechos esenciales a las mujeres y la despojen de su subjetividad convirtiéndola en un objeto de carácter público. No se puede obligar a una mujer a ser madre o a no serlo; no se puede obligar a una mujer a parir. Tampoco a no hacerlo; no se puede obligar a una mujer a que otro decida - ya sea el Estado, el médico, el juez- qué es lo mejor para ella.
Paula Sáez A. Directora Escuela de Psicología UNAB.