En la actualidad, no sabemos muy bien cuál es el origen del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. O hemos olvidado los verdaderos motivos que marcaron en el calendario esta fecha. Este día 8 de marzo, instituido por Naciones Unidas en diciembre de 1977 como de "celebración de los derechos de las mujeres y de la paz internacional", viene precedido por dramáticos hechos reivindicativos que se iniciaron en Estados Unidos y en Europa, a finales del Siglo XIX.
En unos, tragedia con muerte de muchas mujeres jóvenes, trabajadoras de la industria textil. En otros, acciones que reclamaban mejoras salariales, masivas, muy reprimidas policialmente y con represalias patronales que lanzaron a la cesantía a centenares de mujeres luchadoras.
Desde entonces, cada 8 de marzo se ha venido conmemorando internacionalmente por calles y plazas. La larga lucha reivindicativa ha conseguido avanzar poco a poco. La igualdad de derechos da pasitos, pero no saltos. Por ejemplo, aparecen en la política mujeres que llegan a liderazgos importantes, gobernando naciones e instituciones fundamentales.
En funciones que estaban destinadas a hombres, ahora también figuran mujeres cada vez con mayor asiduidad. Pienso en los ejércitos, en la marina, en la policía. También en otros sectores, con tareas pesadas consideradas "sólo para hombres", la mujer aparece poco a poco. En la construcción, en los transportes, en la pesca. En definitiva, las mujeres se ganan día a día un espacio en la igualdad, dentro de una sociedad que va comprendiendo de a poco lo que significa tal concepto.
Pero hay una deuda pendiente. Una deuda lacerante que todos debemos asimilar con urgencia. La violencia intrafamiliar debe cesar. Las cifras en nuestro país son escalofriantes: este tipo de violencia supera en cuatro veces los robos de vehículos, en ocho veces los delitos con armas y en 260 veces los homicidios. Son los casos denunciados, conocidos. ¿Cuántos se quedan en el anonimato, en el silencio cobarde?
Es un tema de sociedad, de cultura, de respetos, de civismo… ¡Celebremos, alcemos nuestras copas y brindemos por nuestras madres, esposas, hijas, compañeras!...Pero, practiquemos al unísono la igualdad verdadera, con acciones, con palabras, con gestos sinceros.
Igualdad en la calle y también en el hogar. Cuando lleguemos a ese punto de equidad, entonces podremos decir que estamos construyendo sociedad sana y que puede avanzar hacia la verdadera felicidad.
Miguel Ángel San Martín, Periodista.