Audito Gavilán
Un guiño al emblemático proyecto que crea la Región de Ñuble o un toque a la anhelada construcción del hospital de Chillán no habrían estado de más. Porque este maestro de generaciones, sabio por excelencia, no se irá fácilmente de entre nosotros.
Tengo un diccionario mapudungún-castellano que me regaló Audito Gavilán. En nuestras largas tertulias que teníamos en la Biblioteca Municipal, primero, y en el Club de Amigos de la Música, después, me contaba historias del pueblo mapuche que me conmovían.
Su verbo era fácil y sencillo. Preciso, como ninguno. Sin florituras ni coloridos excesivos, decía lo que pensaba y lo que pensaba era macizo y contundente. Por eso me gustaba conversar con Audito. Sabía escuchar y aportaba mucho más de lo que pudieras sacar de tu propio bagaje. O sea, era un sabio sencillo, rayano en lo humilde, como deben ser los verdaderos sabios.
Un día me contó una historia que me conmovió: un mapuche había muerto por la zona de Nueva Imperial. Tras el velorio, donde sus amigos le hablan al muerto mientras van bebiendo un brebaje mareador - lo que prolonga la ceremonia-, sacaron el cuerpo e iniciaron el traslado hacia donde lo iban a enterrar, al otro lado del río. Llovía intensamente y el río había crecido en su caudal. Cuatro mapuches, montados en sus caballos, dos adelante y dos atrás, cruzaron palos sobre sus hombros y encima pusieron al muerto, en un Wando fúnebre tradicional de aquellas latitudes. Al vadear el río, uno de los caballos se espantó y el cuarteto se deshizo, yendo a caer la caja mortuoria al torrente, que se la llevó corriente abajo…Los mapuche galopaban por los costados del rio, con lazos tratando de alcanzar la caja…pero la lluvia, la fuerza de las aguas, la oscuridad y la vegetación, impidieron el rescate, perdiéndose en el horizonte de los tiempos.
El relato es verídico, me dijo. Surgió cuando le pregunté qué significaba la palabra Wando. Su explicación fue tan elocuente, que en cuanto llegué a casa me puse a escribir algo que llegué a titular "La ruta de las araucarias"…y que nunca terminé. Trato de recomenzar, pero me faltaban las conversas con Audito. Sólo en enero volví a hablar con él, cuando su amada se fue de este mundo.
En honor a aquel maestro normalista, político vocacional, socialista consecuente, amigo a toda prueba, debo comprometerme a continuar escribiendo ese relato, alimentado por mi imaginación y surtido con otros elementos de otras conversas magníficas. Ahora su voz no la escucharé con la suavidad acostumbrada, sino que retumbará en mis recuerdos imperecederos. Porque este maestro de generaciones, sabio por excelencia, no se irá fácilmente de entre nosotros. Su huella es tan profunda, que permitirá que sigan germinando las flores de la genuina amistad.
Miguel Ángel San Martín Periodista.