El fenómeno parece definitivo: la violencia se instaló en Chile. Tiene múltiples manifestaciones y ninguna justificación. ¿Cómo explican su accionar los que se dedican sistemáticamente a apredrear el nuevo tren rápido de Rancagua a Santiago y completaron 80 agresiones en 90 días de servicio, con daños por $ 285 millones y peligro para las 36 mil personas que lo emplean para ir a trabajar?
¿Qué versión pueden dar estudiantes que se apoderan de los liceos, causan millonarios destrozos y luego intentan evadir sus responsabilidades? ¿Cómo pueden demandar mejor infraestructura si ocupan los locales, impiden las clases normales y, más encima, destrozan la infraestructura y equipamiento? Se defienden con la aprobación mayoritaria. Pero existe un fenómeno que se llama la dictadura de las mayorías.
Hay violencia en las calles, donde los automovilistas y ciclistas furiosos abundan. Hace algún tiempo, informamos de un estudio según el cual más del 60% de los conductores sale a diario de sus hogares en la seguridad de que protagonizará un incidente. Muchos peatones no lo hacen mal. Un estudiante avanzado de psicología, que golpeó a una fiscalizadora del Transantiago y casi le causó la muerte. ¡Quiero la dirección de ese futuro profesional, a fin de no consultarlo jamás!
La agresividad está presente en decenas de miles de personas que otorgan o reciben atención médica, en los servicios normales o de urgencia. Se desata asimismo en el deporte. ¿Se ha fijado en que las máximas figuras del fútbol chileno siempre están enojadas, dolidas o amargadas por algo? Los espectadores no lo hacen mal. También se manifiesta en las marchas que culminan en millonarios destrozos, provocados por los "encapuchados", un ejército irregular incapaz de controlar.
La agresividad también es verbal. Se enfrentan dirigentes de partidos y coaliciones, honorables diputados (as) y senadores (as). El empleo de groserías se generalizó en el habla diaria, sea oralmente o a través de las redes sociales. ¡Ni qué decir de los medios de comunicación, en particular de la TV! Hasta hace algunos años, se culpaba de todo al gobierno militar. Se decía que era una generación reprimida que buscaba expresar su libertad. Pero el pretexto, después de cuatro décadas, se desgastó. Hoy, la violencia tiene vida propia y motivos oscuros. Nos encontramos en estado permanente de agresión.
Se tiende a responsabilizar al estrés, al estilo de vida, de trabajo, etcétera. Lo concreto es que el país necesita una reflexión colectiva y un verdadero cambio para finalizar la demencia social que parece haberse apoderado de parte de la población. En caso contrario, caerá, irreversiblemente, en el despeñadero de la agresividad en todos los campos de su quehacer.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.