Los voyeristas incansables de Gay Talese
El periodista volvió a los escaparates este año con dos libros que terminaron en escándalo: "La mujer de tu prójimo", reedición de la crónica periodística definitiva sobre la sexualidad estadounidense del siglo XX, y "El motel del voyeur", que puso en entredicho su credibilidad.
gay talese tiene 85 años. en la década de los 60 escribió en "the new york times" y "esquire". sus libros suman más de 13 títulos, 11 de los cuales son best sellers.
El hombre estaba fascinado por el lugar, su tranquilidad y libertad, su ausencia de normas y sus fiestas increíbles. Le impactó que no existiese una doble moral. Ahí, poco a poco comenzó a sentirse cómodo desnudo. Pero Sandstone, la comunidad dirigida por el gurú John Williamson en que se experimentaba con el sexo libre, también perturbaba al hombre cuando no estaba en medio de las fiestas: muchas personas se mostraban lejanas, poco amistosas, escépticas con sus intenciones. En medio de esas malas vibraciones y cuando estaba a punto de irse, se abrió la puerta de la casa que ocupaba en el lugar y apareció la mujer de Williamson desnuda. El hombre estaba sentado frente a su máquina de escribir. Ella comenzó a masajearle la espalda, el cuello, y lo llevó al dormitorio donde hicieron el amor. Luego, ella por primera vez pudo contarle libremente su historia en Sandstone.
El hombre es el mítico periodista estadounidense Gay Talese (New Jersey, 1932) que comprobaba en carne propia la revolución sexual que vivía Estados Unidos desde principios de los sesenta. Era un cambio radical que estaba expandiendo los límites morales de un país en el que sus ciudadanos aún declaraban que entre sus libros favoritos se encontraba la Biblia. Ese cambio tenía su germen en las habitaciones, en la vida privada de la clase media, en los extensos almuerzos de oficinistas aparentemente devotos. Talese se embarcó en una investigación tan fascinante como polémica que, luego de nueve años, dio como resultado "La mujer de tu prójimo": un fresco que cambió las percepciones de las costumbres sexuales de los estadounidenses y que este año fue reeditado en español por el sello Debate.
La inmersión de Talese no sólo incluyó su estadía en la comunidad de sexo libre en California, también estuvo en sets de películas porno, en la mansión Playboy de Hugh Hefner y visitó saunas donde fue atendido por las masajistas, aunque también trabajó como administrador en algunos de ellos.
La publicación de "La mujer de tu prójimo" en 1980, ha dicho Talese, marcó el mejor y peor año de su vida como escritor: su matrimonio estuvo a punto de terminar y fue objeto de críticas descarnadas por parte de la prensa: "Ejercicio baboso", "le vendría bien una ducha fría", "penoso", "¿cómo va a hablar de sexo con sensatez?". Hasta Playboy tuvo una visión negativa: "Cuando por fin decimos adiós a Gay Talese, está desnudo y ya no es un monaguillo, sino un joven dios, a punto de afrontar las aguas de color cedro del río Great Egg Harbor en algún punto de la sorprendente Nueva Jersey. Sin duda es hora de darse un baño". Por supuesto, también fue un best seller increíble.
Los que vieron al libro como una excusa para justificar infidelidades, simplemente subestimaban al autor del perfil "Sinatra está resfriado". No entendían su visión del periodismo. Talese perfila el panorama cultural y moral de Estados Unidos a través de lo particular, de lo específico, de las trivialidades que definen a las personas y a las sociedades. Trasciende la superficie de los individuos, ahonda cada vez más hasta llegar a una densidad de detalles. Así, en las más de quinientas páginas del libro, Anthony Comstock no es sólo un censor fanático sino que un adicto a la pornografía; Dianne Webber es una mítica modelo de desnudos, pero también una madre que se enfada con su hijo luego de sorprenderlo masturbándose con una revista; Hugh Hefner es el creador de Playboy que proyectaba su propia vida en los personajes de Francis Scott Fitzgerald, pero sufría con el pestilente olor de sus pies.
En esa dirección, desfilan perfiles complejos de Richard Nixon, John Williamson, Al Goldstein, John y Judith Bullaro, el abogado defensor de un puñado de procesados por "obscenidad" y "pornografía" Stanley Fleishman, John Humphrey Noyes o el editor Samuel Roth, que se fue a la cárcel por publicar por primera vez Ulises de James Joyce en Estados Unidos. Talese bosqueja de forma brillante esa tensión fundamental que choca una y otra vez, la herencia conservadora y la obsesión inacabable por el sexo. Tan fascinante como revelador, "La mujer de tu prójimo" se lee como la crónica definitiva de la sexualidad estadounidense en el siglo XX.
En el último capítulo del libro, el autor de "Honrarás a tu padre" (2012, Alfaguara) se refiere a sí mismo en tercera persona. "Durante esa época, el propio matrimonio de Talese, que existía desde 1959, y que ahora incluía a dos hijas pequeñas, respondía de forma negativa a la incuestionabilidad de su investigación", escribe. El estilo que usa, de cierta forma, responde a las críticas, lo convierte en un personaje más, pero también deja en claro que ante todo es un observador. "La mayoría de los periodistas son incansables voyeurs que ven las arrugas del mundo", escribió Talese en el inicio de "El reino y el poder" (1969). Nada más cercano a la verdad.
Un voyeur épico
Seis meses antes de la publicación de "La mujer de tu prójimo", en enero de 1980, Gay Talese recibió una carta anónima remitida a su casa de Nueva York. "Me considero poseedor de una importante información que podría formar parte de ese libro o de otro futuro (…) Desde hace quince años soy el propietario de un pequeño motel de veintiuna unidades situado en el área metropolitana de Denver, y al tratarse de un establecimiento de clase media, ha atraído a gente de lo más variopinto y ha tenido como huéspedes a una muestra enormemente representativa de la población estadounidense. Compré este motel para satisfacer mis tendencias de voyeur y mi irresistible interés por todas las fases de la vida de la gente, tanto social como sexualmente, y para responder a la antiquísima pregunta de 'cómo la gente se comporta sexualmente en la intimidad de su dormitorio'", decía parte de la misiva.
Talese no se pudo resistir a la historia y ese mismo mes voló hasta Aurora, Colorado, para encontrarse con Gerald Foos, propietario del motel Manor House. Estuvo tres días con Foos y confirmó lo que le contaba en la carta: pudo subir al desván bajo el techo que permitía ver las habitaciones por una falsa rejilla de ventilación. "Al final, lo que vi fue a una atractiva pareja desnuda tumbada en la cama y practicando sexo oral", anota Talese que, en su curiosidad, se acercó tanto que su corbata se había deslizado a través de los listones de la rejilla y colgaba en lo alto del dormitorio, a un par de metros de la cabeza de la mujer.
El autor de "Retratos y encuentros" (Alfaguara, 2010) tuvo que firmar un contrato de confidencialidad y se fue de Colorado con la certeza de que no volvería a saber nada de Foos y que tampoco escribiría de él. Sabía que lo que hacía el voyeur era ilegal -y que él mismo había sido parte de esa ilegalidad al observar- y que mientras no le permitiera usar su nombre no había historia. La ley de Talese, desde sus inicios, es que un periodista escribe sólo sobre la verdad.
A pesar de lo que pensaba Talese, siguieron en contacto. Foos le enviaba capítulos de su Diario de un voyeur, un registro que había iniciado junto a sus observaciones en el motel. Lo que leyó conmocionó al periodista que, a pesar de sentirse a veces asqueado, veía en el voyeur una especie de doble ilegal suyo. Sintió una conexión. "Tuve que admitir que sus métodos de investigación y sus motivaciones se asemejaban a los míos en La mujer de tu prójimo", escribió.
El diario de Foos resulta irresistible. Escrito con buena pluma, ciertas partes funcionan como si fuesen un reporte: indican la fecha, los nombres de los sujetos, una descripción de la escena y una conclusión. A veces, se refería a él mismo como "el voyeur" o simplemente como "Gerald". En algunas entradas, lo hacía de las dos formas. Por sus páginas pasan incestos, violaciones, tríos, parejas hétero y homosexuales, veteranos de la guerra de Vietnam, bastante tedio e, incluso, un asesinato que Foos no reportó a la policía.
En 2013, el voyeur le permitió al periodista usar su nombre. Luego de 36 años, y cuando los delitos ya habían prescrito, Talese publicó "El motel del voyeur" (Alfaguara), también reeditado al español este año. El libro terminó en escándalo: el Washington Post descubrió que entre 1980 y 1988, años en que supuestamente espió a sus pasajeros, Foos no fue propietario del motel; también, constató que la policía no había recibido ninguna denuncia de un asesinato en el Manor House.
"Nunca debería haber creído ni una sola palabra de lo que me dijo. Yo no voy a promocionar mi libro. ¿Cómo voy a promocionarlo si su credibilidad acaba de quedar en la basura?", dijo Talese luego de que explotara la polémica. Aunque finalmente no detuvo el libro, agregó un prólogo a la segunda edición que estaba lejos de retractarse: "Como ya dejé en claro en la primera edición de este libro, Foos era un narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda fue un voyeur épico".
A pesar de lo anterior, "El motel del voyeur" es triste, crudo, raro y, a ratos, muy divertido. Paradójicamente, los largos extractos del diario de Foos son, por lejos, lo mejor del libro. Talese sólo interviene a veces con ciertos comentarios irrelevantes, en los que parece casi ausente, descolocado ante la historia.
"Muchos periodistas se escudaron en el Nuevo Periodismo para mentir (…) me refiero a Hunter S. Thompson", dijo alguna vez el viejo periodista estadounidense, que ahora, décadas después vio refutada su ley, porque la conexión que sintió con Foos, la fascinación por su relato, lo llevó a equivocarse. En esa dirección, "El motel del voyeur" se lee como una gran novela de Gerald Foos. Sin lugar a dudas, la mejor broma que pudo jugar el voyeur.
Conozco a un hombre casado y con dos hijos que hace muchos años se compró un motel de veintiuna habitaciones cerca de Denver a fin de convertirse en su voyeur residente.
Con la ayuda de su esposa, practicó unos agujeros de forma rectangular en los techos de una docena de habitaciones; cada uno medía quince por treinta y cinco centímetros. A continuación, cubrió las aberturas con unas lamas de aluminio de celosía que simulaban rejillas de ventilación, pero que en realidad eran conductos de observación que le permitían, mientras estaba arrodillado o de pie en el suelo del desván cubierto por una gruesa moqueta, bajo el tejado a dos aguas del motel, ver a los huéspedes de las habitaciones de abajo. Estuvo observándolos durante décadas, al tiempo que llevaba un diario en el que anotaba casi cada día lo que veía y oía. Y durante todos esos años, nunca lo pillaron.
No había oído hablar de ese individuo hasta el día en que recibí una carta escrita a mano, enviada por correo exprés y sin firma, fechada el 7 de enero de 1980 y remitida a mi casa de Nueva York. Comenzaba así:
Querido señor Talese:
Tras enterarme de la publicación de su muy esperado estudio sobre el sexo a lo largo y ancho del país, que se incluirá en su libro de próxima aparición La mujer de tu prójimo, me considero poseedor de una importante información que podría formar parte de ese libro o de otro futuro.
Seré más concreto. Desde hace quince años soy el propietario de un pequeño motel de veintiuna unidades situado en el área metropolitana de Denver, y al tratarse de un establecimiento de clase media, ha atraído a gente de lo más variopinto y ha tenido como huéspedes a una muestra enormemente representativa de la población estadounidense. Compré este motel para satisfacer mis tendencias de voyeur y mi irresistible interés por todas las fases de la vida de la gente, tanto social como sexualmente, y para responder a la antiquísima pregunta de «cómo la gente se comporta sexualmente en la intimidad de su dormitorio».
A fin de lograr ese objetivo, compré este motel y lo dirigí yo mismo, desarrollando un método infalible para poder observar y escuchar las interacciones de las vidas de diferentes personas sin que se enteraran de que eran observadas. Lo hice tan solo por mi ilimitada curiosidad acerca de la gente, y no únicamente como si fuera un voyeur perturbado. Es algo que he hecho durante los últimos quince años, y he llevado un diario escrupuloso de la mayoría de individuos que he observado, compilando interesantes estadísticas sobre cada uno: qué hacían, qué decían, sus características individuales; edad y complexión; región de procedencia, y comportamiento sexual.
Estaba completamente desnuda, echada boca abajo en la arena del desierto, las piernas abiertas, sus largos cabellos flotando al viento, la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. Parecía absorta en sus propios pensamientos, alejada del mundo, reclinándose en esa duna batida por el viento de California, cerca de la frontera mexicana, adornada únicamente por su belleza natural. No lucía joyas, ni flores en el pelo; no había pisadas en la arena; nada indicaba el día o destruía la perfección de esa fotografía salvo los dedos húmedos del colegial de diecisiete años que la tenía en la mano y la contemplaba con deseo y ansiedad adolescentes.
La imagen estaba en una revista de fotografía artística que él acababa de comprar en un quiosco de la esquina de Cermak Road, en las afueras de Chicago. Era última hora de una tarde fría y ventosa de 1957, pero Harold Rubin podía sentir el acaloramiento que le subía por el cuerpo mientras observaba la foto bajo la farola cerca de la esquina, detrás del quiosco, ajeno a los ruidos del tráfico y a la gente que pasaba rumbo a sus casas.
Hojeó las páginas para echar un vistazo a las otras mujeres desnudas, para comprobar hasta qué punto podían responder a sus expectativas. Había habido ocasiones en el pasado en que, después de comprar aprisa una de esas revistas porque se vendían bajo cuerda (y no se podían estudiar para hacer una adecuada selección previa), había quedado profundamente desilusionado. O las nudistas jugadoras de voleibol en Sunshine & Health eran demasiado fornidas (la única revista que en los años cincuenta mostraba el vello púbico), o las sonrientes coristas de Modern Man trataban de atraer de forma exagerada, o las modelos de Classic Photography eran meros objetos para la cámara, perdidas en las sombras artísticas.
Si bien Harold Rubin generalmente conseguía alguna solitaria satisfacción con esas revistas, pronto eran relegadas a los estantes más bajos del revistero que tenía en el armario de su dormitorio. Sobre el montón estaban los productos más probados, aquellas mujeres que proyectaban cierta emoción o posaban de un modo especial que le resultaba inmediatamente estimulante; y, aún más importante, su efecto era duradero. Las podía ignorar en el armario durante semanas o meses mientras buscaba en otra parte un nuevo descubrimiento. Pero al fracasar en su búsqueda, sabía que podía volver a su casa y revivir una relación con una de las favoritas de su harén de papel, logrando una gratificación que ciertamente era distinta -aunque no incompatible- de la vida sexual que tenía con una chica que conocía del instituto Morton. De algún modo, una cosa se fundía con la otra. Mientras hacía el amor con ella sobre el sofá cuando sus padres habían salido, a veces pensaba en las mujeres más maduras de sus revistas. En otras ocasiones, a solas con sus revistas, podía revivir momentos pasados con su amiga, recordando su aspecto sin la ropa puesta, la suavidad de su piel y lo que hacían juntos.
"El motel del voyeur"
Gay Talese
Editorial Alfaguara 232 páginas
$12.000
"La mujer de tu prójimo"
Gay Talese
Sello Debate 232 páginas
$12.000
Por Javier Correa
"La mayoría de los periodistas son incansables voyeurs que ven las arrugas del mundo".
"Foos era un narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda fue un voyeur épico".
efe
"Muchos periodistas se escudaron en el Nuevo Periodismo para mentir... me refiero a Hunter S. Thompson".
Una carta y una foto
Extractos de "El motel del voyeur" (Alfaguara") y "La mujer de tu prójimo" (Debate), dos libros de Gay Talese que irrumpieron este año en español.