Violeta y su intenso viaje en el Wallmapu
El libro de Paula Miranda indaga las raíces mapuches del canto de Parra. Desde libros en japonés hasta otro escrito a mano hay en el Museo Violeta Parra. "La vida intranquila" aborda sin morbo a la Violeta más rebelde.
"Violeta Parra en el Wallmapu. Su encuentro con el canto mapuche" es un libro que recoge registros de audio que Violeta Parra hizo en 1958 y que fueron encontrados en archivos de la Universidad de Chile por Paula Miranda, en cuatro cintas fonográficas de 80 minutos de grabación. Se trata de las entrevistas que hizo a siete cantores o ülkantufes, un hombre y seis mujeres, que dejaron registro de sus cantos tradicionales, 39 en mapuzungun recopilados en el recorrido que hizo Violeta del Wallmapu, o territorio mapuche, en sitios cercanos a Temuco (Lautaro, Carahue, Millelche y Labranza), cuando comenzó una investigación para la Universidad de Concepción. Rosita y Adela, de quienes no se conservan sus apellidos, junto a María Quiñenao, Carmela Colipi, Juana Huenuqueo, Juana Lepilaf y Juan López, fueron los cantores a quienes conoció, además de la crucial María Painen Cotaro, cantora y machi que dejó su marca indeleble en composiciones como "El guillatún" (1967) y "Levántate Huenchullán" (1962).
Muy distinto a su recopilación de canto campesino, del cual Violeta dejó sus propias interpretaciones, del canto mapuche la creadora no hizo sus versiones, porque lo consideraba impropio, pero sí dejó constancia de estos cantos vinculados a rituales y tareas del diario vivir. Cantados por una sola persona y sin acompañamiento musical, hay cantos al amor, sobre la mentira y el engaño, sobre la espiritualidad, el trabajo, para hacer dormir a la guagua o para que aprenda.
El impacto de estos hallazgos cristaliza además en su propio fluir musical y con nuevas imágenes de la mujer y del amor, como lo prueba "El gavilán" (1967), una pieza vanguardista que se aventura en una sonoridad inédita hasta entonces y pulsiones tanáticas donde se resuelve la catarsis del amor doloroso. Al igual que la canción "Qué he sacado con quererte", donde la artista imprime toda la intensidad de un lamento mapuche.
También composiciones como "Volver a los 17", "Cantores que reflexionan" y "Gracias a la vida", asumen su cuota de raíz mapuche al ser ejemplos perfectos de la cosmovisión que este pueblo tiene y qué valor le asignan al canto, un arte sagrado de redención de los pueblos como demuestra este párrafo: "Hace dos años y a propósito de este hallazgo, les preguntamos a nuestros amigos pewenche de Icalma, Gerónimo Nahuelcura y Olga Domihual, cuál consideraban ellos que era la canción de Violeta Parra que mejor expresaba su cultura mapuche, a lo que ellos respondieron sin ninguna vacilación: 'Gracias a la vida'. Pero, ¿por qué? Sin ninguna duda también, nos dijeron que esa canción cumplía exactamente las mismas funciones que cumplían sus cantos del nguillatún: agradecer por todo lo que recibimos diariamente. Acto seguido la empezaron a cantar en mapuzugun y en castellano", relata la autora, que es magíster y doctora en Literatura y ha escrito dos libros sobre la poesía de Violeta Parra.
"La inmersión de Violeta en el Wallmapu", agrega Miranda, "le permitió saber de qué estaba hecha su voz y su palabra, pero también y -sobre todo- su ser (…); es también el testimonio de aquello que una parte de los chilenos no ha querido mirar ni reconocer ni asumir: su hermosa morenidad, como nos recuerda Elicura Chihuailaf".
El Museo Violeta Parra, ubicado en Vicuña Mackenna, y su exhibición permanente, son un tenue acercamiento al universo de Violeta. El lugar huye de la grandilocuencia, prefiere centrarse en objetos específicos que dotan al museo de un aura de sencillez. Es ese mismo sentido el que predomina en su muestra literaria. En él, las obras escritas por Violeta o sobre ella son presentadas como objetos accidentales: algunas parecen tener la importancia de un libro sagrado y otras ni siquiera pertenecen a la muestra.
Conservado en una de las salas más importantes del museo está la versión original de "Cantos Folclóricos Chilenos", una recopilación escrita por Violeta que sólo pudo ser publicada en 1979. En el libro (recientemente reeditado por Ceibo y la Fundación Violeta Parra Violeta), se narran los encuentros de Violeta con folcloristas y recopila sus historias y creaciones. Ese texto, que se acompaña de fotografías de Sergio Larraín y las transcripciones musicales al pentagrama de Gastón Soublette, forman el corpus más robusto del trabajo recopilatorio de Violeta. Algo parecido sucede con "Poesía Popular", un libro escrito a mano por Parra entre 1958 y 1959, que anilló artesanalmente y que cuenta con una versión digitalizada que se puede hojear en una pantalla de un computador. Sus páginas, escritas con lápiz pasta azul y grafito, no solo muestran las letras de canciones tradicionales chilenas, sino también funcionaban como un diario de vida y como una agenda: hay listas de diligencias por hacer ("buscar carpas, vasos, servicios"), recordatorios ("llamar a Nicanor"), dibujos y hojas en blanco. Imaginar que esas anotaciones son similares a las nuestras es, con certeza, una de las formas de acercarse a la vida personal de Violeta.
Sin embargo, el mayor tesoro literario del museo se encuentra inaccesible al público. Escondido debajo del mesón de ventas, la colección de libros sobre Violeta que Isabel Parra ha recopilado es una muestra del verdadero impacto que ha tenido la obra de la artista en la cultura. En la vitrina se observan cancioneros ilustrados en japonés de los años ochenta, versiones en alemán de mediados de los setenta que describen a Violeta como "el estandarte de la nueva canción chilena", y una copia de "21 son los dolores", una antología de canciones de amor de Violeta Parra recopilada por el crítico Juan Andrés Piña, que bien podría ser reeditado.
"La vida intranquila" muestra cómo Violeta se va despojando de toda banalidad. Mientras más soberana se siente de su creatividad, más distancia toma de lo superfluo y de las imposturas de una sociedad que cree cruel e hipócrita. La artista emerge con la misma fuerza con que se acaba su paciencia con un país de medias tintas. Si el trabajo de Fernando Sáez fuera una canción del repertorio de la folclorista, probablemente sería El Gavilán, con toda su extrañeza y desgarro, más que Gracias a la vida o Volver a los 17. Aquí están las fisuras a la vista, a ratos en carne viva, pero el relato es tan sobrio que no hay espacio para el morbo, tal vez por la conciencia del autor de presentar la vida de no sólo una artista de alcance universal, sino de una mujer única en su capacidad de poner, a través de sus obras, desnudos a los chilenos frente al espejo, algo que a muchos no gustó en su época ni tampoco ahora.
"Embarcarme en esta biografía fue algo fortuito. Había escrito la biografia de Delia del Carril y mi amiga Marta Orrego, madre de Ángel y Javier, me conminó a hacer el intento con Violeta Parra. Esto fue hace 10 años y Marta tenía todos los contactos, por lo que pude tener una conversación franca con gente muy cercana a Violeta", cuenta Sáez, que en el libro no rehúye de nada ni es complaciente.
"Fue una experiencia extraordinaria. Acumulé 50 horas de grabación sumando las 30 entrevistas que hice. Así creo que pude capturar los cambios de carácter de Violeta, el sentido trágico de su vida, pero también cómo jugaba con la ironía y su gran sentido del humor. Funcionaba con mucha intuición, pero anclada en una inteligencia muy natural", destaca el autor cuya obra fue reeditada ahora, a diez años de su publicación.
"Me han comentado el valor de su vigencia, porque en este tiempo se ha ido configurando una imagen pública de Violeta más cercana a la personalidad descrita en el texto que a la figura exclusiva de folclorista con la que la tuvieron por tanto tiempo relegada en un patio trasero de nuestra historia", comenta Sáez y tiene razón: en este libro, el lector puede acercarse, sin las caricaturas que tanto detestaba Violeta, al proceso íntimo que la conduce desde la desazón hasta la rabia, y a la figura de la esencia rebelde que por años le fue negada.
Recuerda que tenía apenas 10 años la primera vez que la vio. Vivía en Punta Arenas, y hasta allá había llegado Violeta Parra a mostrar lo que sabía hacer: cantarle a lo nuestro. La imagen de la menuda artista sentada sobre una silla con un cuatro en las manos haciendo callar a un gimnasio lleno de gente sólo con su presencia, se quedó para siempre en la memoria de la periodista Patricia Stambuk .
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Ella, junto a Patricia Bravo, estudiaban Periodismo en la Universidad de Chile en 1971, cuando emprendieron la labor de reconstruir la vida de Violeta Parra, que se había suicidado apenas cuatro años antes y de la que hasta entonces no se habían escrito libros.
Las jóvenes reporteras entrevistaron no sólo a quienes conocieron de cerca a Violeta Parra, sino también a quienes en vida supieron apreciar la magnitud de su obra y a quienes fueron fuente de la investigación que la artista hizo sobre la música de raíz, labor que nunca nadie había hecho con tanto ahínco.
De carácter fuerte y desafiante, y con un corazón generoso, Parra supo devolverle lo suyo a la gente, recolectando sonidos, palabras e historias con las que al mismo tiempo, construyó la cantera que le permitiría construir una torre que a 100 años de su natalicio se ve más alta que nunca y desde distintas latitudes.
Por años el trabajo de las autoras quedó en eso: una investigación de dos universitarias. Hasta que cuatro décadas después, Stambuk, motivada por la noticia del cáncer que afectaba a Bravo, se decidió a recuperar el material que ambas habían recabado y editarlo a través de Pehuén. El resultado fue "El canto de todos", libro que Patricia Bravo no alcanzó a ver publicado, pero que es esencial para conocer las dimensiones de Violeta Parra: la campesina que se fue a Santiago, la investigadora que buscó las raíces de su gente por todo el país, la mujer adelantada a sus tiempos que sacrificó todo por su pasión y la cantautora que integró en un solo canto la diversidad cultural de Chile.
"Fuimos valoradoras tempranas de la Violeta", dice Stambuk, quien junto a Bravo consiguió los valiosos testimonios de personas como Clarisa Sandoval, su madre; Hilda Parra, su hermana mayor; su hijo Ángel, y de sus hermanos Roberto, Lautaro y Nicanor, quien fue una de las personas más importantes en la vida de la folclorista.
"Violeta Parra en el Wallmapu"
Paula Miranda, Elisa Loncon y Allison Ramay
Editorial Pehuén
140 páginas
$15.900
Fernando Sáez
Editorial Planeta
216 páginas
$10.900
"La vida intranquila"
Patricia Stambuk, Patricia Bravo
Editorial Pehuén
184 páginas
$7.900
Fundación Violeta Parra
Editorial Ocho Libros
128 páginas
$30.000