Al ser elegido Premio Nobel de Literatura 2017, el británico Katzuo Ishiguru, de padres japoneses, quien escribe principalmente sobre los recuerdos, a fin de entender el presente, denunció: "Vivimos un período en que todo el mundo se está mirando a sí mismo y las personas tienden a separarse en sus comunidades". ¡Y tiene toda la razón! El egoísmo, el no preocuparse de los demás, es una de las características de nuestro tiempo.
El hombre se siente muy orgulloso de la tecnología. Vive pendiente sólo de perfeccionarla, a fin de favorecerse de ella y vivir en un mundo perfecto y feliz. Se concentra tanto en este objetivo que ignora a los demás. Se encuentra tan ensimismado que no se da cuenta que lo está devorando. Las demostraciones son múltiples. Ahí está el caso de los que pasan día y noche mirando las pantallas de sus celulares, notebooks y televisores. No mantienen diálogo con sus familiares, con sus amigos y se aíslan socialmente. Muchos existen no para ser mejores espiritualmente, sino en función del consumismo. Concentran su tiempo no en superarse ni en ayudar al prójimo, sino en la manera de obtener la mejor rentabilidad para sí mismos.
La sociedad chilena no escapa a esta realidad. Un estudio reciente reveló que el número de amigos verdaderos se redujo de 4,5 a 2,5 por persona, y que la desconfianza se instaló no sólo en la ciudadanía en general, sino incluso en los barrios, donde antes imperaba la solidaridad. Las "visitas" a otros hogares desaparecieron. Nadie se interesa en conocer a otro, salvo si puede servirle como contacto para conseguir algo.
En el empeño de vivir sólo en torno a nosotros mismos, abundan los que no vacilan en exponer y, peor aún, comercializar su vida privada, incluso la sexual, a través de la televisión. Piensan que son tan importantes que todo el mundo los admirará. Las selfies son otra rotunda manifestación de cuánto nos autoadoramos. Muchos pasan el día registrando sus rostros y sus vidas mínimas y "subiéndolas"a las redes sociales, a fin de que la gente se asombre y los aplauda. Impera la banalidad.
La mayoría dejó de impresionarse con la desgracia y el dolor ajeno. Si presencia un accidente, un suicidio o hasta una matanza, y se concentra en filmar, para luego difundir las grabaciones en las redes, a fin de dejar constancia pública de su inteligencia y recibir la veneración de otros, tanto o más tontos, que les dirán la frase sagrada de nuestros tiempos: "Me gusta".
Los principios y valores, los buenos hábitos, las emociones positivas, el respeto a los demás, incluso el amor, la generosidad son "cosa del pasado". El dinero, que antes era un medio, se convirtió en un fin, para complacer nuestras necesidades de bienes, que muchas veces son prescindibles. El fin es uno solo: sentirnos contentos e impresionar a los demás. Convencernos de que somos mejores, superiores y únicos.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.