Por disposición gubernamental el próximo lunes 16, el Ministerio de Educación, corresponde celebrar el Día del Profesor. No se renovó como el Día del Maestro, como era cuando celebrábamos este día, como el Día del Maestro, que así lo llamábamos en el lejano 11 de septiembre. Muchos dirán que es lo mismo. Evidentemente no. ¿Por qué?
La palabra Maestro debe figurar con igual merecimiento, junto a esos vocablos sublimes de Patria, Humanidad y Madre. No es lo mismo mamá y madre. Igualmente no es lo mismo profesor que maestro. No hay artistas inspirados en la mamá. En todas las bellas artes se ha inspirado obras maestras como, La madre. La mamá nos cuida, nos alegra y acaricia. La madre nos da luz. El profesor nos ilustra. El maestro nos ilumina. El profesor nos exige orden y disciplina. El maestro nos ofrece amor. El maestro ofrece amor. El profesor se preocupa de nuestro cerebro. El maestro de nuestro corazón. La divisa del profesor son los exámenes. La del maestro nuestra vida entera. El profesor quiere hacer del alumno un erudito. El maestro quiere formar un hombre. Para el profesor, el mundo es la sala de clases. Para el maestro la sala de clases es el mundo entero. El profesor castiga con reprimendas y malas notas. El maestro sanciona con una sonrisa, con un perdón o un consejo. El profesor mantiene al niño distanciado de su persona. El maestro tiene un secreto magnetismo y por ello los niños van hacia él. El niño es un alumno desordenado e incorregible. Para el maestro el niño es niño y también su hijo.
El profesor nos entrega reconocimiento. El maestro se prodiga intensamente sobre su salud, sus energías, su alma, y no le importa que él no sea un genio, porque el que tiene poco y lo da todo, da mucho que el que tiene todo y no da nada. El profesor es grave y solemne. El maestro es llano y sencillo, tiene alma de niño, por eso comprende a sus discípulos.
En Chile hay un monumento al bombero, muy reconocido, al roto y al ovejero, muy bien ganado. Pero el maestro no lo tiene. Su gran reconocimiento, su gran monumento se levanta en el corazón de sus discípulos. Esa semilla de amor sembrada en el alma de un niño, germina a través de los años fluye inefable, florece y fructifica, y constituye inefable cosecha, que ha envejecido enseñando.
Estimado Lector: ¿Habéis reflexionado alguna vez lo que es un maestro de escuela? Entráis a la casa de un tejedor que fabrica telas y decís: éste, es un hombre necesario.
Por Carlos René Ibacache I. Miembro correspondiente por Chillán de la Academia Chilena de la Lengua