Flor Arbulú
Hacer una película que toque el tema de la dictadura es de alto riesgo, sobre todo por un público que conserva en su memoria producciones que tocan una misma tecla y que son más bien dramáticas, bordeando lo sombrío. "Muchas de las películas que se han hecho sobre la época -yo mismo lo hice así-eran de denuncia y un poco monotemáticas. Terminan agotando, y yo dije 'no'", comenta el realizador nacional Orlando Lübbert ("Taxi para tres").
"Para mí había un desafío tonal, de cómo contar la historia no del punto de vista del sacrificio", continúa y agrega que "tampoco me interesaba informar acerca de la dictadura". De allí que la cinta que lo trae de regreso a la pantalla grande, "Cirqo", mezcle el drama con la risa.
La risa como eje
La historia parte de un hecho real sobre dos hombres fusilados en un puente al interior de Paine. "Yo tengo un método que es decir qué pasaría si... si estos dos escapan del fusilamiento y se empezó a hilar una trama que finalmente desembocó en el circo", cuenta el director.
Es así como Mario (Roberto Farías) y Jaime (Iván Álvarez de Araya) logran escapar de Martínez (Pablo Krögh), un sanguinario agente. Será el Circo Donozzo, a cargo de Don Tirso (Alejandro Trejo), el que se convertirá en su refugio convirtiéndolos en payasos. Mientras Mario busca recuperar a su esposa (Blanca Lewin), Jaime encuentra el amor bajo la carpa multicolor. "Entre otras cosas, yo soy muy amante de lo que logra Chaplin. Su genialidad consiste en combinar drama con el humor, el dolor con la risa. Y el circo contiene esas dos cosas también", dice sobre su opción.
Aunque para llegar a este punto no fue tarea fácil. Si bien el guión lo escribió cerca de 1994, lo dejó descansar pues "el tiempo me da la posibilidad después de sopesarlo realmente. El mejor crítico es el tiempo", asegura. No sólo ello, sino que también estuvo la investigación que tuvo que hacer del circo, porque "el gran desafío que tenía en la película era que tenía números de circo y nunca hice uno. Tenía que diseñarlo, tenía que trabajar el tema, que fuera creíble, etc. Entonces eso requirió también mucho tiempo".
Pero cuando ya quiso ponerlo en marcha también hubo dificultades, como la falta de recursos -rechazos de los fondos concursables de por medio-, así como la crisis de España y el terremoto en Chile, por nombrar algunos eventos que retrasaron el rodaje. El presupuesto, además, era alto pues la historia transcurre en un circo itinerante por lo que se requerían varias locaciones.
Afortunadamente encontró en el Cajón del Maipo la posibilidad de recrear la mayoría de los paisajes que hay en Chile, lo que abarató bastante las cosas. "Ése es el mérito del equipo, el mérito de todos, 'que no se note pobreza' decíamos siempre. La ventaja es que era un circo pobre que después le va mejor y crece, pero era posible hacer algo más barato", comenta el realizador.
Pero no fue el único reto que enfrentó: "A mí me dijeron de un día para otro que tenía que filmar en pleno invierno. Filmar en invierno para un cineasta es siempre complicado porque la luz del día se acaba muy rápido y además en el Cajón del Maipo se acaba más temprano. Fue duro, pero fantástico"; a pesar que sólo tuvo 25 días para hacerlo y no los 40 que tenía presupuestado.
"Tuvimos que hacer retomas después. Tuve que hacer retomas yo mismo, por mi cuenta, con plata de mi bolsillo porque se acabó la plata", comenta.
A pesar de todo el sacrificio quedó contento con el producto final, el cual se estrena hoy en 20 cines de todo el país, algo que lo tiene contento.
-¿Tiene pensado hacer un circuito de festivales?
-Vamos a esperar. Yo, la verdad, es que hice esta película pensado en mi país, en Chile.
Orlando Lübbert hace un alto en este punto, pues "yo creo, a diferencia de lo que dicen que entramos a una etapa paradisíaca después del Oscar, que realmente tenemos que hacernos cargo de la gran crisis del cine chileno, porque sigue existiendo".
"El Oscar es una operación comercial artística que está manejada por EE.UU., los mismos que manejan las salas, y tenemos que asumir nosotros los cineastas que la gente en Chile no ve cine chileno", afirma.
Y añade: "Las cifras son terribles y no podemos ocultarlas. Tenemos que enfrentarla de alguna manera, y ¿cómo se enfrenta? Revisando nuestras temáticas y la manera en que nosotros nos estamos relacionando con el público".
Desde su perspectiva, hay "grandes problemas con el guión" y "con la manera de contar las historias". "Tenemos todo para hacer un gran cine, pero yo creo que falta rigor en las historias". "Todos los jóvenes están mirando hacia afuera y eso es enajenante. Es patético que tú estés tratando que te premien afuera y no estás tratando de que te vean", dice quien ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián por "Taxi para tres".
Para él "es un premio que vean las películas tus compatriotas y eso está pasando de forma muy débil. Eso hay que abordarlo, y hacerlo críticamente: por qué la gente nos abandonó". Su explicación es que "muchas películas son privadas, las haces para ti mismo y no pensando que hay otro que se va a sentar en la butaca a ver la historia".
También hace una fuerte crítica a los fondos concursables, en los que ha participado como jurado. Según él, los recursos "se distribuyen con criterios... como si fueran subsidios habitacionales", pues "te dicen segregación positiva: joven, provincia, mujer. Entonces yo digo no, para mí originalidad e impacto deberían ser los criterios".
"Cuando he estado de jurado y he planteado 'oye hay dos premios que hay que declarar desiertos', me dicen 'pero no, ¿cómo vas a declarar desiertos? Después nos van a dar menos plata", cuenta y asegura que "lo único que nos puede salvar es levantar el nivel del cine chileno, aunque hagamos menos películas" por lo que sigue luchando por cambiar los criterios.