Ya han pasado un par de meses desde la visita del Arzobispo Scicluna y su secretario Jordi Bertomeu quienes, enviados por el Papa Francisco, realizaron una investigación canónica que evidenció una profunda herida abierta, que aún sangra en la vida de muchas víctimas de abusos sexuales, de poder y de conciencia, en la Iglesia de Chile.
A pesar de los esfuerzos realizados por la Conferencia Episcopal para combatir los abusos, especialmente a menores, aún está pendiente reconocer errores, pedir perdón, reparar el daño causado, y dar los necesarios pasos para que nunca más se vuelvan a repetir. Lo que parecería ser solamente el problema de algunos, como lo evidenciamos recientemente con nuevas denuncias, se trata de una situación que avergüenza y exige la búsqueda de caminos de justicia, verdad, y reparación para tantos que fueron víctimas de quienes estamos llamados a ser protectores y pastores, especialmente para los más débiles.
Los Obispos de Chile hemos puesto nuestras responsabilidades episcopales en manos del Papa Francisco, para que él decida con quien desea seguir la tarea evangelizadora, o invite a los que él estime a dar un paso al costado. El Papa nombra a los Obispos y su decisión de seguir o no con ellos está absolutamente en sus manos. El bien de la Iglesia, la recuperación de la credibilidad, y el futuro de la evangelización requieren de una disponibilidad total de todos los bautizados, especialmente de los pastores.
El tema trasciende el marco de los abusos y nos impela a revisar los estilos de misión, a cultivar la cercanía, a buscar métodos misioneros que impulsen dinámicas eclesiales renovadas y de acuerdo a los tiempos que vivimos. Lo que antes resultaba y atraía, ahora puede más bien alejar y no responder a los anhelos del corazón del hombre y la mujer de nuestro tiempo. Mirar al mundo con ojos de amistad y simpatía, no temer a lo nuevo ni cerrarse al diálogo, creer en los demás y confiar en las iniciativas que nos renueven en todo sentido, son actitudes esenciales para crecer y proyectar el evangelio del Señor a las generaciones futuras.
La crisis que vivimos no se compara con ninguna vivida en el pasado, por eso mismo no hay caminos ciertos o probados a seguir, más bien lo que requiere es apertura al Espíritu Santo, audacia misionera, humildad para pedir perdón, y confianza en que Cristo conduce a su Iglesia.
Carlos Pellegrin Barrera Obispo de Chillán