Alumnos y alumnas de siete liceos de Santiago completaron 55 días de ocupación de sus colegios. Su preocupación central, en casi dos meses de "estudios", ha sido instalar sillas como "barricadas" y fijar letreros de apoyo a causas feministas, el aborto y otras demandas que nada tienen que ver con su obligación esencial: estudiar.
No se ha tratado de "tomas" pacíficas. El caso emblemático es el incendio intencional del Liceo de Aplicación, que cerró el año escolar después de un siniestro que causó $ 300 millones en pérdidas y destrucción múltiple.
Hasta la fecha, todo se desarrollaba bajo la mirada casi impasible de padres y apoderados. Algunos hasta alentaban o celebraban como audacia juvenil esta actitud de sus hijos (as), sin pensar en el daño socioeconómico que estaban infligiendo al país. Sin embargo, tal actitud parece estar a punto de llegar a su fin. Los responsables de por lo menos tres establecimientos anunciaron que recurrirán a los tribunales para exigir el fin de las ocupaciones y defender el derecho a estudiar libremente de quienes quieran hacerlo. Derecho que, por lo demás, está consagrado en la Constitución.
Sin duda, por conveniencias políticas, en este problema ha habido una sobreabundancia de vistas gordas. Con excepción del alcalde de Santiago, todas las demás autoridades comunales ni siquiera se han pronunciado sobre el tema. Tal parece que no les preocupara que la juventud lleve casi dos meses en situación de ociosidad, en defensa de causas que le son ajenas. Ahora, como reza el título de esta columna, por fin despertaron y se dieron cuenta que la mayoría de los alumnos prefiere estudiar. También se dieron cuenta que el violentismo de los colegios ocupados corresponde, muchas veces, a intereses políticos. Una juventud idealista es estimulada por sectores interesados en alterar la vida nacional. El hecho no es nuevo. Pero en la actualidad está alcanzando proporciones inauditas.
Podrá argüirse que es un tema que corresponde a la capital. Pero sería un error. Se han registrado algunos episodios en regiones. Por fortuna, aislados. No debe ni puede convertirse en asunto nacional. Llegó el momento de que intervengan los tribunales y restablezcan el orden. No puede ser que grupúsculos inspirados por consignas partidistas impidan estudiar a la gran masa de sus compañeros. No puede ser que el gobierno estudiantil, diseñado para defender causas vinculadas a la enseñanza y aprendizaje, se convierta en un gobierno político que hace y deshace ante la mirada impertérrita de quienes deben imponer y mantener la normalidad.
Parece duro, pero es lo que está ocurriendo en el Chile de hoy.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.