Los regalos de la Navidad, cuando son sencillos, expresan algo del misterio de esta fiesta cristiana: Dios nos mira con bondad y envía a su Hijo al mundo para compartir nuestra humanidad, regalándonos vida y salvación. Dios se pone en nuestro lugar y nos acompaña con su amor: es el Dios-con-nosotros.
Lo primero que podríamos preguntarnos es si, al hacer los regalos, pensamos realmente en la persona a la que le regalamos: si buscamos su bien, si la acompañamos con nuestro amor. Seguramente nos falte mucho, pero tendríamos que evitar, ante todo, intentar suplir con un gran regalo (costoso, ostentoso, que nada tiene que ver con Jesús que se hace pequeño) una falta o una ausencia de preocupación por ese ser al que me debo.
La Navidad también debiera ayudarnos a mirar más allá de nuestras narices y ponernos en el lugar de los demás, para verlos como hermanos y trabajar con ellos por una mayor dignidad humana. Mucha gente en estos días realiza gestos de solidaridad que siembran esperanza.
Ponernos en el lugar de los inmigrantes, lejos de su tierra y de sus seres queridos, buscando un espacio para vivir y aportar. Y tantos de nosotros, con prejuicios y miradas defensivas, haciéndoles saber que no son de aquí y denigrándolos con calificativos y tratos injustos.
Ponernos en el lugar de los privados de libertad, sumidos a menudo en círculos de pobreza y delincuencia de los que es difícil salir sin una ayuda decidida de la sociedad. Como señaló el Papa Francisco en su visita a la cárcel de mujeres en Santiago, "ser privado de la libertad no es lo mismo que el estar privado de la dignidad…Nadie puede ser privado de la dignidad". Ponernos en lugar de los pueblos originarios, tantas veces denigrados y mirados en menos, que buscan una integración que respete su singularidad y atienda a sus demandas históricas.
Ponernos en lugar de las víctimas de abuso, en la Iglesia y en la sociedad, que han sido ninguneados y desoídos. Y nosotros, más preocupados de nuestro prestigio institucional e intereses de elites.
Ponernos en el lugar de cualquier persona y grupo que sufre postergaciones, dolores e injusticias, porque son nuestros hermanos y rostro de Cristo entre nosotros.
Sé que hay gente a quiénes le molestan estos temas, que se enojan porque las iglesias u otros grupos sociales defienden a los grupos más vulnerables, que acusan de posturas ideológicas la promoción de los derechos humanos, pero esto está inscrito en el ADN del cristianismo: mirar y ponerse en el lugar del otro, como Dios lo ha hecho con nosotros. Es el gran regalo de la Navidad.
Sergio Pérez de Arce Arriagada Administrador Apostólico, Obispado de Chillán.