Para muchos el periodo que lleva el Papa Francisco al servicio de la Iglesia, ha sido una suave brisa de primavera que trae el aroma de la vida que surge al pasar el invierno y renovarse la naturaleza. No hay duda que es necesaria para que nos hiciera resucitar de los fallos del pasado y de la pérdida de presencia evangélica y evangelizadora.
En nuestra Iglesia más cercana, en nuestra diócesis, el que una mujer haya asumido la responsabilidad de una parroquia, ha sido vivido como hacer más cercana esa suave brisa que se inició en Roma.
En este tiempo de renacer, como la oruga al convertirse en mariposa, no sabemos qué es exactamente lo que nos deparará el futuro en cuanto a número, formas de expresión, celebración… lo concreto del mañana no lo conocemos, pero sí el presente.
Para que los pasos que se vayan dando sean realmente significativos y generadores de la vida de Jesús, hemos de hacer precisamente eso que ya muchos han indicado, volver a Él y a su Evangelio, revivir en cada discípulo de hoy el germen de vida que suscitó en su tiempo el encuentro directo con la persona de Jesús, revivir la experiencia de "Alguien" que acompaña nuestros pasos en la vida y en la historia, haciéndose cargo de nuestras alegrías y penas, saliendo siempre en busca de ese ser amado que somos cada uno de nosotros, como hizo el Padre bueno del que nos habla Lucas.
Cada uno ha de poner su vida "en salida" hacia el Evangelio y hacia el hermano, saboreando en cada uno de estos encuentros, lo que en ellos hay de humanidad, de Dios. Supone una vitalización de la vocación de servicio al Reino de Dios; que se traduce en fraternidad, sororidad, solidaridad, justicia social… diferentes nombres apuntando a una sola dirección, la convivencia humana y con la creación basada en el amor; originando un estilo de vida que es plenitud y felicidad para todos, sin las diferentes carencias que cada ser humano sufre o experimenta.
Sin ese paso de Jesús por la vida de cada uno, no podemos pretender que los cambios, dejen el aroma del Evangelio que tanto necesitamos, y que además sean respuesta a los interrogantes del hombre y la mujer de hoy. Es, en definitiva, actualizar el Evangelio empezando por lo mucho que nos jugamos en las distancias más cortas, en el compromiso diario y cotidiano, porque sólo éste es capaz de cambiarnos la vida, de hacerla Evangelio y de ser anuncio del mismo para los demás.
Por hermana Marta García Gómez Parroquia Santo Domingo.