"Valoro que el Gobierno deje avanzar el proceso constituyente"
Para intentar entender qué es lo que pasó, Herrera, profesor de filosofía en la UDP y columnista político, escribió "Octubre en Chile" (Katankura, 2019) un libro en que considera esta "revuelta" como una crisis de comprensión por parte del sistema político en su conjunto, incapaz de percibir malestares diversos, desde el surgimiento de nuevas clases sociales hasta el tema territorial y el centralismo. Herrera es un intelectual de derecha, pero crítico con su propio sector, en el que existen diversas tradiciones aparte del economicismo como línea preponderante.
El también intelectual de derecha explica los principales conceptos de su obra, desmenuza la actuación de los actores en la "revuelta", se adentra en el abandono de las regiones, en la clase media y en los malestares de los chilenos.
gentileza UDP
Patricio Tapia
redaccion@mediosregionales.cl
"El viernes 18 de octubre de 2019 se inició con bastante normalidad", se lee en la primera línea del último libro de Hugo Herrera. Como es sabido, el día no terminó con ninguna normalidad y se desató una crisis social y política que ha hecho crujir la institucionalidad y esparcido la incertidumbre.
-Ha escrito un libro para intentar entenderla. En una cápsula, ¿qué fue la "revuelta" de octubre?
-Es la expresión de un desajuste hondo entre las pulsiones y anhelos populares, y unos discursos y una institucionalidad devenidos abstractos.
-En su libro señala, por un parte, que la revuelta evidencia la incapacidad acumulada del sistema político y sus dirigencias de cumplir con su tarea y, por otra, que el problema de la crisis es uno de "comprensión". ¿Qué es lo que no comprendió el sistema político?
-Aristóteles, Gadamer, Arendt, en Chile Encina, Góngora, han entendido que la política es antes arte que ciencia. No es posible aquí, salvo en el modo de una reducción, concebir el mundo según principios que solo quepa ejecutar. Cuando el político se encierra en sus reglas, desconociendo el significado concreto de lo real, entonces están echadas las bases de la crisis. Por décadas, el país venía dando señales relevantes de crisis. No se comprendió que el sistema político y económico estaban acusando obsolescencia, que había pulsiones y anhelos extendidos que no eran recogidos. Que nuevos grupos medios habían emergido. Que la población se hacinaba en Santiago y la vida se volvía crecientemente segregada y urbana.
-Usted critica falta de comprensión en la derecha y en la izquierda, la primera porque estaría dominada por el economicismo.
-La derecha dominante le otorga a la economía un papel eminente, según la tesis de Friedman de que el orden económico neoliberal es la base de un orden político adecuado. Pero la relación es inversa: el orden político-institucional es base primera de cualquier florecimiento posible, cultural, social y también económico. En el período más largo de crecimiento económico del país, de 1830 a fines del siglo XIX, Chile contó con un orden político-institucional estable. El economicismo es abstracto, se contenta con el cumplimiento de ciertos estándares y el resto "os vendrá por añadidura". Ese economicismo es una causa de la crisis y tiene paralizada a parte de la derecha, en la UDI, Evópoli y el Gobierno.
-¿Y en qué consiste el "moralismo" de la izquierda?
-En la izquierda que llamo "académico-frenteamplista" domina un discurso moralizante. Se condena al mercado como institución, se lo llama campo de egoísmo, "mundo de Caín", y se aboga por una deliberación pública generosa, abierta al otro. La deliberación es perturbada por la mentalidad mercantil. El modo de avanzar, entonces, es desplazar al mercado de áreas enteras de la vida social, idealmente de todas. Se desconoce aquí la existencia concreta. Por un lado, las múltiples experiencias colaborativas y creadoras que ocurren en el mercado, las distintas formas de organización según las cuales puede articularse la producción, cooperativas, empresas donde los trabajadores participen en sus utilidades y control, etc., y que no tienen por qué coincidir con formas empresariales abusivas. También se desconoce la importancia política del mercado como factor de división del poder social. Si desplazo al mercado, la forma de organización que controla los recursos económicos es el Estado. Entonces, quien gobierna y nos emplea coinciden, y el ejercicio de la libertad se dificulta. Por otro lado, esa izquierda no atiende a los límites de la deliberación pública. Esa deliberación combate el prejuicio y los intereses más dañinos. Pero también tiene un potencial opresivo, pues es una deliberación ocular, sometida a la mirada escrutadora del público. La deliberación pública es hostil a lo nuevo, lo extraño, también hostil a lo íntimo, a aquello que existe en cada uno de nosotros y que se resiste a ser ventilado ante la mirada vigilante de todos. El mundo público es el mundo de la pose.
-Por otra parte, señala que en esta crisis el pueblo ha hecho su aparición. ¿Qué quiere decir?
-El pueblo es el gran desconocido. Usualmente consta de modo latente. En la crisis irrumpe como fuerza inmensa. Podemos hacernos algunas impresiones sobre su conformación. Pero en su irrupción no cabe determinarlo de manera objetiva. No es una cosa, es arcano. Sin embargo, es innegable su presencia como fuerza que mueve el piso y nos impide definir de antemano cómo terminará la crisis. Entender a ese pueblo es la tarea de la política, y darle cauce y expresión. Se trata, entonces, de una tarea difícil y que vuelve patente en qué sentido la política es más arte que ciencia.
-Anota que el centralismo y el tema territorial sea probablemente uno de los factores de la crisis actual.
-El inicio de la crisis en el Metro, la extensión de las manifestaciones a barrios de clase alta, cierta reivindicación territorial en la idea de ocupar la Plaza Italia, son hechos que expresan el talante también telúrico del asunto. A eso hay que sumar las protestas en épocas recientes en Aysén, Magallanes, la Araucanía. Hay un lado oculto del malestar del que poco se habla precisamente porque el sistema político carece de conciencia espacial. Existe malestar con las maneras en las que venimos habitando el territorio. El territorio no es solo cosa extensa, sino paisaje: un todo de sentido. Santiago es una ciudad sin paisaje, sin naturalidad, sin parques, segregada, congestionada, con largos y dificultosos trayectos. De su lado, las regiones están abandonadas, carecen de competencias políticas, por eso sus problemas se acumulan: las zonas de sacrificio, el conflicto mapuche, los incendios, la sequía devastadora. Puesto que el territorio es parte constitutiva del pueblo, de su despliegue o frustración, la política debe adquirir conciencia telúrica, si ha de estar a la altura de su tarea.
-Contra algunas opiniones, usted sostiene que la crisis no sería un fenómeno puramente juvenil ni imputable a un sector político concreto.
-Hay un aspecto juvenil y como de redes sociales. Pero además hay un malestar extendido con las instituciones de todo tipo, agobio de familias endeudadas, con algunos de sus miembros prontos a jubilar o jubilándose por mucho menos de lo que ganaban. Consta el malestar con lo urbano, en el que he reparado, y el abandono en regiones sin despliegue cultural, social, económico, secándose, depredadas. Además, hay otro factor que trasciende lo juvenil: nuestro modelo económico ha devenido extractivista y rentista, la productividad se estancó y ni el Presidente Piñera en época de normalidad pudo hacer mucho.
-¿Qué papel juegan las clases medias en todo esto? Indica que ellas son en Chile por primera vez mayoritarias y que ellas traen, en el largo plazo, moderación, pero moderación no ha habido.
-En la protesta se unen usualmente contingentes marginales, adictos a la aventura, radicales. Pero si se consideran los estudios de opinión, las movilizaciones, incluso la operación y el tono de los partidos importantes, lo que prima es la moderación. Debe considerarse, además, que se trata de clases medias muy precarias. No son comparables a las de Francia o Alemania. Con todo, son efectivamente medias y este es un rendimiento valioso. Hay una izquierda que festina el asunto, con la retórica del "facho pobre" o de que las clases medias son ilusión. Pero el festinar aquí es frívolo ante el hecho palmario de que hace solo unas décadas los problemas no eran las deudas o el urbanismo, sino el hambre y el frío. Una generación atrás la desnutrición infantil afectaba al 40 por ciento de la población. Reparar en esto no importa restarle relevancia al reclamo mesocrático. El miedo a volver a la pobreza es, como canta el Gitano Rodríguez, "inconcebible" y puede hacer estallar un malestar tan intenso y desesperado como el de proletarios hambrientos.
-Señala también un fenómeno que Alberto Edwards llamó el "proletariado intelectual", ahora conformado por quienes acceden a la educación superior, pero sin mucho futuro.
-En la ebullición de la calle uno nota capacidades adquiridas en la educación superior. Si el proletariado de comienzos del siglo XX contó con grupos de intelectuales sin paga congrua, las nuevas clases del siglo XXI parecen tener un análogo: capas de estudiantes que no conseguirán el bienestar prometido por sus carreras. En todos los niveles. Los puestos universitarios se estancaron. Conicyt no aumenta sus recursos y las universidades se sumaron a la gratuidad sin recibir compensaciones suficientes. En empresas usualmente sencillas, no hay plazas para investigadores. Este es un tema en el que se debe reparar si se quiere producir un orden estable.
-¿Qué le parece la actuación del gobierno? Señala que en su primera reacción no fue política, sino policial.
-Valoro que en el Gobierno no haya asomado ni por un instante la tentación autocrática y que deje avanzar el proceso constituyente. Pero, o se libera de sus ataduras economicistas, que le impiden entender lo que está ocurriendo, o será, probablemente, recordado como uno de los peores de nuestra historia entera.
-La agenda social y el acuerdo constitucional, ¿serían manifestaciones de una mayor comprensión política?
-Sí. Pero no hay que olvidar que quienes los impulsaron fueron los partidos. En particular, Renovación Nacional y Mario Desbordes, quien desde el primer instante se preocupó de mantener los puentes abiertos con las fuerzas republicanas de centro e izquierda.
-A todo esto, señala que una exigencia de la época actual es la tarea constitucional como requisito de cambios estructurales.
-Nuestra memoria es frágil. Pocos recuerdan el pasado previo a 1970. Y desde entonces no tenemos símbolos políticos relevantes que unan: ni Allende, ni Pinochet, ni la Constitución, ni el modelo económico. La crisis lo ha manifestado. La Constitución es un símbolo fundamental, un primer símbolo compartido sobre el que cabría montar la convivencia de las décadas por venir.
-Entre las posiciones al respecto: dejarla intacta o diluirla, usted ha propuesto rehabilitar la Constitución de 1925 de manera simbólica. ¿Es esto compatible con el acuerdo constituyente que se ha planteado?
-Con el acuerdo constituyente esa idea perdió parte de su vigencia. Se trataba de reparar en la carta del 25 más como símbolo que como texto. Aunque discutible, fue resultado de un acuerdo republicano. Se planteó como reforma a la Constitución de 1833, de guisa que nos remite, en la práctica, a la entera historia republicana nacional. O sea, podríamos haber contado con un símbolo que, además de fundarse en un acuerdo en el que se consideró la situación concreta del pueblo, está anclado en nuestra tradición republicana bicentenaria.
-La comprensión política, según usted, se manifiesta en dos polos, uno popular y otro institucional. ¿Podría explicar esto?
-El polo real es el del pueblo en su territorio. El ideal, el de las instituciones y discursos políticos. Ambos son heterogéneos. Por eso, la comprensión política es siempre una tarea. Está puesta ante la labor de mediar entre los polos y producir instituciones y discursos en los que el pueblo se sienta reconocido. Cuando eso se logra, hay orden. El orden es siempre relativo pues la tensión entre las instituciones y discursos, y el pueblo es perpetua. Lo que tenemos hoy es un grado excesivo de tensión. La institucionalidad y los discursos políticos dominantes son demasiado abstractos. El pueblo no se reconoce en ellos y deviene rebelde.
-Propone como ideal un "republicanismo popular y telúrico". ¿En qué consiste ese ideal?
-Dado el hecho de un pueblo educado por dos siglos en instituciones republicanas y madurado democráticamente, la forma de existencia política más adecuada luce ser la republicana. Entiendo, para estos efectos, por republicano un régimen donde hay división institucional del poder, de tal suerte que la libertad individual y social quedan resguardadas. Esta división ha de operar en tres sentidos. Primero, entre un Estado fuerte y una esfera civil fuerte. Sin Estado fuerte, serán los económicamente poderosos los que dominarán. Sin una esfera civil fuerte, quien gobierna y quien dispone de los recursos económicos y nos emplea coinciden, y esa concentración del poder dificulta o impide el ejercicio de la libertad. Segundo, debe haber división del poder dentro del Estado. Tercero, dentro del mercado, entre productores y consumidores, empresarios y trabajadores, entre los distintos tipos de organización empresarial. Es menester erradicar o cuanto menos controlar a los monopolios y oligopolios. Esa división republicana del poder no basta. Una sociedad sin colaboración ni solidaridad, con individuos preocupados eminentemente de satisfacer su interés individual, se parece mucho a una "sociedad de demonios". Un orden institucional legítimo requiere que el pueblo concreto se sienta integrado consigo mismo e integrado con su paisaje. A esto apunta el principio popular-telúrico: a que el pueblo se sienta integrado consigo mismo gracias a que cuenta con instituciones que lo incluyen, que establecen ciertas condiciones comunes para todos; y a que el pueblo se sienta integrado a su paisaje y al todo de sentido que ese paisaje importa, gracias a una institucionalidad territorial robusta.
"El territorio no es solo cosa extensa, sino paisaje: un todo de sentido. Santiago es una ciudad sin paisaje, segregada, con largos y dificultosos trayectos. De su lado, las regiones están abandonadas".
para herrera, el territorio y su abandono es fundamental en el estallido de la crisis.
"Hay un lado oculto del malestar del que poco se habla precisamente porque el sistema político carece de conciencia espacial. Existe malestar con las maneras en las que venimos habitando
el territorio".
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"A esto apunta el principio popular-telúrico: a que el pueblo se sienta integrado consigo mismo gracias a que cuenta con instituciones que lo incluyen (...) y a que se sienta integrado a su paisaje".