La cancelación de los espectáculos de fuegos artificiales durante la noche de Año Nuevo en la mayor parte del país fue todo un símbolo: el país se encuentra sumido en la oscuridad y no se observan señales de un pronto amanecer que le devuelva la luz.
A no engañarse: no se trata de abrazos, palabras de buena crianza, calzones amarillos, una maleta para dar vuelta la esquina, comer uvas, beber y comer, etcétera. La crisis no terminó junto con el calendario de 2019. Por el contrario, ya se anticipan nuevas y violentas acciones, algunas vinculadas a la próxima PSU y otras con el retorno a clases. Todas implican no un año nuevo vinculado con la paz, sino doce meses estrechamente unidos con la destrucción, el odio, la violencia, incendios y saqueos, muertos, lesionados.
Sé que esta columna no es optimista. Pero sí realista. Una noche no basta para dejar atrás el terror desatados por extremistas encubiertos bajo legítimas demandas ciudadanas. El violentismo no toma vacaciones ni respeta fechas que mundialmente representan paz y amor. Lo demostró en la reciente Navidad en nuestro querido país. Y lo seguirán haciendo.
Para contener el odio desatado y no convertir las principales ciudades en campos de guerra no son suficientes los buenos propósitos. No basta con suscribir acuerdos de tipo social y propiciatorios de la paz. Lo que está sucediendo en nuestro país va más allá de los documentos. La crisis se instaló en el corazón de Chile y afecta a las instituciones más respetables y a las personas. Lo que es peor: implica deterioro, miedo, ansiedad, incertidumbre, depresión o pérdida de la esperanza.. Es difícil no sentir emociones negativas cuando van 25 muertos, casi medio millar de heridos y daños que superan los US$ 5 mil millones. Es casi imposible hablar con optimismo de pronta recuperación cuando 150 mil chilenos quedaron cesantes en los últimos meses, más de 5 mil pequeñas y medianas empresas fueron arrasadas, las ventas del comercio sufrieron una dramática caída y la calidad de vida se deterioró. ¡Hace rato que dejamos de ser un oasis! Los mensajeros del odio se encargaron de ello.
Cada día se hace más difícil iniciar la jornada con la esperanza no de tiempos mejores, sino de, por lo menos, algunas horas mejores, de tranquilidad, de fraternidad, de paz.
Si me fuera permitido expresar un deseo en este Chile que desconozco, lo resumiría con el título de un libro de Jan Valtin: "La noche quedó atrás". Creo que eso es lo queremos la mayoría de los chilenos. Un año nuevo no sólo en el calendario, en papel o en computador, sino de verdad, que nos traiga el retorno del país que tanto amamos, un país de auténticos compatriotas y hermanos.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.