Estoy de acuerdo en que Chile, conforme a Alonso de Ercilla, es una nación "en la región antártica famosa". Lamentablemente, hoy es famosa porque se convirtió en el imperio del terror y del miedo.
Como ahora todo se interpreta torcidamente, esta columna no apunta contra las legítimas demandas sociales, sino contra la violencia desatada en todas las ciudades del país. Apunta contra la irracionalidad, la brutalidad y el vandalismo.
Han transcurrido tres meses desde que los canallas encapuchados se apoderaron del control de la calle, y nada ni nadie parece capaz de controlarlos. Atacan, hieren y matan personas, saquean e incendian propiedad pública y privada, destruyen por el solo afán de destruir. Su siniestro accionar no respeta ni siquiera las iglesias de todas las denominaciones. Tampoco intendencias, gobernaciones y alcaldías. Incluso estadios y centros de estudio. Bloquean la PSU. No toman vacaciones. Ahora se dedican incluso a interrumpir festivales de la canción. Cada día es peor. Es más, anuncian un marzo "terrible". Hasta fijan fecha de inicio de sus actividades de "redención": el 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Lo peor: estos hechos ocurrían antes sólo en Santiago. Ahora se extendieron a regiones, donde la ciudadanía tradicionalmente ha sido más tranquila y menos agresiva.
Sectores que se dicen partidarios de la democracia se dan el lujo de acogerlos en el Congreso y presentarlos como "héroes". ¿Héroes de qué? Los verdaderos héroes de Chile jamás destruyeron. Nunca actuaron encapuchados.
Y si tienen tanto heroísmo, ¿por qué encubren sus rostros?
"La calle es nuestra" es una de sus proclamas. Parece ser cierta. Actúan como controladores del tránsito, sin tener autoridad alguna para ello. Descaradamente, piden "un aporte para el pueblo". Al automovilista que no da dinero, le lanzan piedras, lo agreden y le roban. Incendian o destruyen su vehículo.
No faltan los que, tontamente, siguen afirmando que "Chile despertó". Lo cierto es que el país comenzó a sufrir una pesadilla que parece no tener fin.
'¿Las autoridades? Bien, gracias. Preocupadas de las encuestas, se muestran más que pasivas. En el país de hoy, la violencia se legitimó, sin importar sus consecuencias. Para terminar con ella, se requieren más que palabras. No es suficiente con que el Ejecutivo afirme que el orden público será una de sus prioridades 2020. ¿El Congreso? Se fue de vacaciones. Es de extrema urgencia concretar este anuncio. El mañana no espera.
Los vándalos y violentistas en general están destruyendo no sólo bienes, sino también el alma de Chile. ¡Cuidado con ellos! Los que gobiernan y legislan no pueden refugiarse en la tranquilidad de sus escritorios y de sus vigiladas residencias para permanecer pasivos. ¡Acción, ahora! Demandas sociales, SÍ. Bárbaros, NO.
Raúl Rojas Periodista y Académico .