UN Argentino cruzÓ en velero el Atlántico para ver a sus padres
Sin posibilidad de viajar en avión a causa de la pandemia del nuevo coronavirus, Juan Manuel Ballestero no lo pensó dos veces y decidió cruzar el Atlántico en un velero para reencontrarse con sus ancianos padres en Argentina, una travesía de tres meses que estuvo salpicada de aventuras.
"En 24 horas planifiqué cruzar el océano en un barco de 8,8 metros. Mi deseo era estar con ellos", dijo el jueves a la agencia AP el argentino de 47 años, cuando arribó en la víspera a su ciudad natal de Mar del Plata, 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, a bordo del "Skua".
Una lluvia copiosa lo esperaba como colofón del viaje en el que enfrentó temibles tormentas que lo pusieron varias veces en situación de riesgo en alta mar. "Ahora estoy tranquilo, fondeado en medio del puerto, no hay tormenta que me moleste ni barco que me atropelle", cuenta el marino desde su velero modelo Ohlson 29.
El hombre sólo pudo ver por ahora a un hermano que se acercó al puerto pero no a sus padres, Carlos Ballestero, de 90 años, y Nilda Gómez, de 82, con quienes está comunicado permanentemente. Antes de encontrarse con ellos debe cumplir una cuarentena de 15 días en la ciudad portuaria.
Ballestero tomó 200 euros que tenía ahorrados, cargó el velero con comida y zarpó el 24 de marzo de Porto Santo, en el archipiélago portugués de Madeira, que no sufría aún el impacto del nuevo coronavirus. Había llegado hasta allí en un viaje de regreso a España, su residencia habitual, que por entonces ya había cerrado sus fronteras.
Con las rutas aéreas bloqueadas, la opción de echarse al mar era la más plausible. El viaje incluyó momentos complicados a la altura de la línea del Ecuador y de Victoria, en el estado brasileño de Espíritu Santo. Tampoco fue fácil navegar por el Río de la Plata. No es una travesía habitual para una embarcación de porte pequeño y uno está "limitado", explica el marino que ha pescado en Alaska y el Atlántico sur.
Ballestero cuenta que sufrió un momento de especial miedo cuando, a causa del oleaje, su embarcación de fibra de vidrio quedó tumbada a unas a 150 millas de Victoria. Dice que en ese momento "podía haber perdido el mástil" cuando lo "cepilló" una ola por arriba. "El barco se acostó, no pude achicar la vela a tiempo y se me cortó el arraigo de un cable. En Brasil me ayudaron a repararlo", agrega y dice que hubiera sido ideal arribar a Mar del Plata a mediados de mayo para celebrar con su padre sus 90 años, pero acota que lo importante ahora es el reencuentro en unos días más.