Se fue Efraín Barquero por estos días, dejando una estela de orfandad en los círculos literarios de Chile y de Latinoamérica, se fue en medio de tiempos oscuros, al igual que Armando Uribe, a discreción.
La compañera de Barquero, es algo similar al Cantar de los Cantares del Rey Salomón, una apología permanente hacia la compañera, que de pronto pierde protagonismo en el artificio de llevarla, mirarla y sostenerla como tal. Esta compañera no es universal, es más bien rural, y eso no le quita la grandeza al hacer el pan y edificar la especie a través de sus bien descritas caderas de artesa, guardadora de hijos dulcemente paridos en el lar: La mujer es la sustancia misma,/ciega y perezosa, pero hallada./ Mas el hombre es el silbido solitario,/ el ansioso de creer y el descreído. Concluye el poeta en uno de sus versos escritos en la mitad del siglo XX con la pureza del que contiene el territorio y su naturaleza en la vasija de barro de los que lo antecedieron, nutriéndose de esa provincia alejada de todo ruido molesto, de las prácticas artificiales de la modernidad y las luces cegadoras del progreso.
Navegar en las aguas de Efraín Barquero es un viaje hacia lo íntimo de una conversación a la orilla del brasero, es un registro diáfano provisto de belleza sin bautizar en lo más claro del bosque que alguna vez imaginamos, un silbido que atraviesa la tierra y la purifica hasta el origen: Y el hombre en ella nace, en su tejido:/ en la infancia es más pequeño que su hermana/ y de madre en madre va creciendo/ hasta llegar al mar que lo madura./ Y en la mañana terrible de la luz/ es la mujer lo que descubre,/ y en el bosque arrasado de la tierra/ es la mujer quien lo sostiene,/ y en la noche que extravía a los hombres/ es ella quien lo guía a casa.
La Compañera es finalmente una descripción a todos los atributos dados a la mujer en su natura, enfrentados a lo cotidiano, a la explicita relación de la simbiosis con el hombre en alma y en piel, con el romanticismo clásico de la comparación con lo mas excelso que puede rodear a un ser humano: la perfecta naturaleza, tal como lo hiciera Salomón hace milenios atrás. La belleza y la importancia del rol de la mujer en la historia.
Se fue Efraín Barquero por estos días, dejando una estela de orfandad, aludiendo al último poeta de la generación del 50 y creo que no es el último. ¿Acaso olvidamos ya los nombres de Rosenmann Taub y Pedro Lastra, que aún viven (a discreción)? Creo que con tanto Zoom y Videollamadas congeladas en imagen y voz, en este invierno mas triste que los anteriores, leer o releer a estos poetas es más que justo y necesario, es nuestro deber y porque no decirlo, nuestra salvación.
Laura Daza Gestora Cultural