La mayoría de la opinión pública nacional piensa que la pandemia del coronavirus ha desarrollado una mayor conciencia y comprensión sobre la importancia de la vida y el significado de la muerte.
Sin embargo, parece que no es así. De otra forma no se explican las nuevas costumbres y el irrespeto creciente que han ido estableciéndose en relación con los que partieron.
Los ejemplos son muchos. Entre las personas normales, se convirtió en rutina la costumbre de aplaudir, portar globos blancos, vestirse con camisetas de diversos clubes de fútbol profesional y lanzar gritos y entonar cánticos más propios de un estadio que de un funeral. No faltan los que contratan mariachis y entonan canciones de dudoso buen gusto. Hace poco, en la Región de Ñuble se llegó al colmo de un huaso entusiasta: bailar cueca en torno a un féretro. ¿Así se honra a los muertos en el mundo 2.0?
En los últimos tiempos, también irrumpieron los velatorios y funerales de narcotraficantes. Caracterizados por disparos de armas cortas y largas, generoso lanzamiento de fuegos artificiales, amenazas a los vecinos y desafíos a las autoridades, alteran en forma creciente la solemnidad y la paz de la población. Son una grosería abierta con el que partió, bajo el pretexto de honrar su memoria.
Lo singular es que los narcovelatorios y narcoinhumaciones gozan hoy de escolta policial. No está claro si es para sumarse a los supuestos dolientes o para proteger a la población. Nadie parece darse cuenta de los funcionarios deberían estar en las ca1nalles cumpliendo otras tareas que requieren mucho más su atención.
Es cierto que en 373 funerales de "narcos" del último año se ha detenido a alrededor de 70 personas. ¿Pero no será poco? ¿Acaso se olvida que portar y disparar armas sin permiso alguno es un delito? ¿Y qué sanciones han recibido>? Tal vez, con suerte, una multa por alterar el orden público.
No faltará el que afirme que "estos son los nuevos tiempos y todo cambia" Pero igual abundan los que reclaman, crecientemente, el retorno del antiguo respeto por la muerte, que en el fondo implicaba no sólo inclinarse ante su realidad, sino también evocar las mejores etapas de la vida del fallecido.
Un velatorio y una inhumación no son temas de delincuentes y de barras bravas. No pueden convertirse en un pretexto para dar rienda suelta a lo peor de algunos. Nadie puede honrar al que deja este mundo disparando en todas direcciones, gritando groserías y desafiando a las personas normales.
Me quedo con los viejos tiempos, cuando la muerte era una ocasión para expresar cariño y afecto, cuando los amigos eran dolientes, y los deudos realmente velaban a los suyos y daban un ejemplo de respeto. Era lainstancia de despedida, cuando se hablaba en voz bajaba y se evocaba lo mejor del que se fiue.
Juan Carlos Rojas Periodista y académico