Amigos para siempre
La amistad se caracteriza por la fidelidad y la sinceridad entre las partes.
Hay en la Biblia, en el Antiguo Testamento, una historia que a muchos les podría resultar no menos que novelesca, pero cierta y de gran valor para nuestros días, estos de pandemia y siempre. Es la amistad entre David y Jonatán. Cuenta la historia, después un largo preliminar, que Jonatán, dio la espalda a su padre, el rey, para proteger la vida de su amigo y servidor David, aún a riesgo de perder todos sus derechos de herencia y sus bienes, e incluso la misma vida. Todo porque el rey se había enemistado por envidia con quien había sido un gran guerrero y defensor de su reino, pero ya sabe que cuando los méritos y las alabanzas aparecen de por medio, rápido otros sentimientos de menor calidad afloran estropeando las cosas si nos dejamos dominar por ellos. Porque hay que ver cuánto nos cuesta alegrarnos de los éxitos y la prosperidad de los demás.
Hoy queremos centrar este pequeño compartir o reflexión en voz alta en las relaciones humanas, en especial en las amistades, los lazos familiares o más cercanos. La teoría es que ante estos nada debería interponerse y que es en los momentos de más dificultad cuando se fortalecen, pero la realidad más cruda es que no siempre es así. Tal vez alguien me podría argumentar que, entonces, no era tal, aunque la verdad es que nadie escapa de esta vida sin haber tenido una decepción en este ámbito.
La amistad se caracteriza por la fidelidad y la sinceridad entre las partes, y es algo que en los tiempos que corren, parece no estar de moda, por lo que las relaciones se han visto en sobre manera afectadas por el devenir de lo que nos rodea. En la actualidad, se quiere imponer lo temporal y finito, es decir, "hasta que el amor dure", hasta que me canse de tal persona, aparezcan los problemas o hasta que no me quiera implicar en la vida de nadie para salvaguardar mi tranquilidad, bienestar o mi imagen. Todo tiene una fecha de vencimiento como lo tienen las cosas materiales o los alimentos, hemos traspasado al ser humano, lo que es propio de las cosas, y usamos a las personas como si fueran objetos, lo que se manifiesta hasta en el trato que nos damos en una simple fila de un supermercado, en la atención que se da en lugares en los que se trabaja para el público, o en el poco interés por los que más pueden perder, un anciano, un niño, una mujer… para qué ceder un puesto, y mucho menos para qué implicarse si se estuviera dando una situación de acoso, de vulneración de derechos… porque pensamos que a la larga sólo nos va a traer problemas.
Y esto que sucede para la fidelidad que se enfrenta a lo caduco y pasajero, pasa también respecto a la sinceridad. El vivir de las apariencias, el preocuparnos de lo que puedan hablar o pensar, ha establecido un muro en las relaciones humanas que no permite que veamos el corazón de la persona que tenemos enfrente. Así como nos preocupa también, que no me relacionen con este o aquel porque mi imagen es lo primero.
Hna Marta García Gómez Obispado de Chillán