Todos los olores del mundo
Adelanto del libro "Odorama" Por Federico Kukso
Tapputi. El sonido se difumina en la oscura gruta que compone mi boca como un eco distante, antiguo. Ta-ppu-ti: al igual que el escritor ruso Vladimir Nabokov invocaba a Lolita al emprender con la punta de la lengua un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes, vuelvo cuerpo su nombre en un mantra sostenido. Lo conjuro. «Tapputi», insisto. «Tapputi, Tapputi, Tapputi-Belatekallim.» Es ahí, en el vórtice del trance hipnótico en el que ingreso, cuando emergen los fragmentos caóticamente desordenados de la historia de una mujer, una persona, una entre los miles de millones de Homo sapiens que alguna vez nacieron, respiraron, soñaron y luego murieron, quien en las profundas arenas del tiempo manipuló la materia y, al hacerlo, manipuló los espíritus.
No conocemos ni conoceremos jamás su rostro, sus miedos o sus aspiraciones. Lo poco que sabemos de ella es gracias a unas pequeñas tablillas con escritura cuneiforme de la antigua Babilonia de alrededor del año 1200 a.C. que conservan grabado -incompleto pero vibrante- su recuerdo: en tiempos en que Oriente Medio era el centro de gravedad del mundo conocido, esta mujer fue la supervisora oficial del palacio real. Su trabajo era de suma importancia. Hace unos tres mil años, en lo que hoy es Irak, Tapputi-Belatekallim era una figura de gran influencia, perfumista en una época en la que las sustancias perfumadas, más que amplificadores de la vanidad y del placer, eran ingredientes fundamentales de tratamientos médicos, ceremonias políticas y rituales religiosos, como el de ungir los íconos que habitaban en los santuarios encima de aquellos grandes templos con forma de pirámide que llamaban zigurats o el de preservar el cuerpo de los difuntos reyes y nobles durante las semanas insoportablemente largas en las que se extendían elaborados ritos funerarios.
Las tablillas de arcilla atesoran su nombre y un secreto develado. Tapputi legó a las generaciones por venir una receta en la que encapsuló destellos de su conocimiento, producto de años de experimentos, de éxitos, fracasos e incansable persistencia: cómo elaborar un ungüento fragante para el rey de Babilonia a partir de la destilación de las más grandes maravillas del imperio, es decir, rosas, bálsamo, cálamo, ciprés y mirra. Tapputi, además de ser la primera perfumista y química conocida de la historia, la Eva de una industria y una religión hoy millonarias, también fue una malabarista de las emociones.
Los historiadores no solo se han empeñado en olvidar y eyectar de los relatos a mujeres como Tapputi, sino también a los olores casi sistemáticamente: nuestro contacto con aquel mar terso, regular, sin límites visibles que configura el pasado, como lo describió el escritor Alan Pauls, es y siempre ha sido desodorizado. Lo leemos, lo aprendemos (y lo olvidamos), lo recordamos, lo concebimos, lo imaginamos pero nunca olemos sus signos de mundo perdido que, muy a pesar del generalizado Alzheimer social, se empecina en alcanzarnos y advertirnos que no cometamos los mismos errores de las generaciones que nos precedieron.
A los olores se los silencia, se los ignora. Y en ciertos casos, se los desprecia y hunde en el abismo de la vergüenza. Aromas, perfumes, fragancias, esencias, hedores, hediondeces, tufos, fetideces, pestilencias, emanaciones, efluvios, vahos y demás declinaciones que componen aquello que englobamos bajo el paraguas de la palabra "olor" forman un cosmos oculto, la dimensión invisible e invisibilizada de la realidad pese a que desde tiempos inmemoriales se ha buscado comunicarse con lo sagrado y aplacar la ira de los dioses a través de la quema de resinas fragantes en todas las religiones del mundo.
"Odorama"
Federico Kukso
Editorial Taurus
432 páginas
$17.000