El pozo de rayan, la historia de un sueño que se transformó en pesadilla
ACCIDENTE. Rayan, un niño marroquí de cinco años, fue rescatado sin vida del agujero de más de 30 metros al que cayó el martes pasado, el mismo en el que años antes su padre había invertido para poder contar con agua y mitigar la pobreza en la que vive.
Efe
El pozo al que cayó el pequeño Rayan no es solo un agujero en la tierra. Es el intento frustrado de alcanzar un sueño tan sencillo como tener agua en una región con muy pocas oportunidades, donde incluso los lugareños no tienen ni para llevar a sus hijos al colegio.
En las montañas del Rif de Marruecos, al norte de ese país, Rayan creció jugando fútbol y estaba aprendiendo a andar en bicicleta, pero huía de los juegos electrónicos. Los celulares no le atraían ni le gustaba que le sacaran fotos.
Hace siete años, dos antes de que naciera y cuando ya vivían su hermana Loubna, de 13 años, y su hermano Badar, de 11, su padre decidió buscar la tan ansiada agua a unos metros de su casa.
En total invirtió 4.000 euros, excavó un pozo de 60 metros y no encontró lo que estaba buscando.
"Sólo en nuestro terreno se han hecho trece pozos, se han invertido 51.000 euros y apenas dos han dado agua", explicó ayer Said, dueño de una de las casas esparcidas por las montañas, a solo cien metros de la de Rayan. Desde ella se ven aún las excavadoras y máquinas que trabajaron para rescatar al niño.
"sidi" rayan
"El padre de Rayan excavó un pozo, su sueño era tener agua y al final su hijo ha muerto en el mismo lugar". Desde hace cuatro años, explica Said, el agua escasea aún más, igual que la electricidad, que viene y va, sobre todo entre mayo y noviembre cuando se usan motores para sacar agua de los pozos en época de cultivo.
Con Said están Fadla y Nora, que viven en la casa. Fadla, tía de Rayan, recuerda entre lágrimas y sonrisas al pequeño que tuvo cinco días al mundo en vilo. "No es Rayan, es 'sidi' (señor) Rayan", dice tras recibir las condolencias de otros vecinos que van llegando constantemente.
Cuenta al respecto que su padre lo había inscrito hace tan solo unas semanas en un jardín infantil y le acababan de comprar su mochila. "Estaba muy orgulloso y pedía a todo el mundo que le trataran de 'sidi'", recuerda Said.
Pero su futuro escolar no iba a ser largo. Los niños de Ighran suelen dejar el colegio tras la enseñanza básica, explican las mujeres, y solo las niñas nacidas a partir del 2000 han recibido educación.
Muchos hombres y la mayoría de las mujeres son analfabetas, dice Nora. La hermana de Rayan no es una excepción y con sus 13 años ya no asiste al colegio.
El problema: seguir con los estudios significa pagar el transporte por las montañas hasta el instituto en Tamurrut, a 10 kilómetros, con una parte caminando y otra parte por carretera, además de ir cargando con los libros y el uniforme. "Hay que comprar también ropa para la clase de gimnasia", se queja Nora, y no se lo pueden permitir.
Las familias de Ighran viven tres generaciones juntas. "Mi sueño es tener una casa propia, pero no puedo", continúa Nora.
Hasta ahora obtienen sus ingresos principalmente de la agricultura, pero cada vez cuesta más sacar rendimiento de los terrenos, según reclaman los hombres.
"sanidad y educación"
Necesitan, dice Said contando con los dedos, tres cosas: carreteras, salud y educación. Los caminos que conducen a la casa de Rayan se vuelven inutilizables en invierno y eso les impide ir, por ejemplo, al hospital, considerando también que el más próximo en Chaouen está a casi 100 kilómetros.
Bajo la casa de Fadla y Nora, la de Rayan amaneció ayer sin sus familiares directos.
Sus padres están en Rabat, según los vecinos, mientras el resto continúa recibiendo el pésame en una casa en privado, fuera de las miradas de los pocos periodistas que quedan en la zona.
El pozo, que hace siete años tenía 60 metros pero se quedó en algo más de 30 por la tierra acumulada, está ya tapado con piedras.
A solo un par de metros del agujero, el terreno aparece cortado por la enorme brecha abierta por las excavadoras para llegar a Rayan. En total, un precipicio de 32 metros de paredes de arcilla roja rasgado por las máquinas.
Las cientos de personas que esperaban día y noche el desenlace del pequeño desaparecieron junto con la ambulancia que se llevó el cuerpo del pequeño. No hay aplausos ni rezos multitudinarios.
Solo queda la casa de adobe y ladrillo de Rayan y un agujero tapado, un sueño que después de tanto se convirtió en una pesadilla inconcebible.
32 metros de profundidad tenía el pozo en el que quedó atrapado Rayan. Inicialmente eran 60, pero la tierra lo fue acortando.