Vale la pena repetir el cliché: una imagen vale más que mil palabras.
La frase viene a cuento a propósito de la fotografía en que los convencionales, reunidos en las Ruinas de Huanchaca, en la Región de Antofagasta, se fotografiaron sosteniendo un lienzo en el que, con grandes letras, se leía:
"La Convención se defiende".
La frase es desconcertante porque la Convención, hasta donde se sabe, no ha sido objeto de ataque alguno, salvo que se llame ataques a las críticas frente a las actuaciones algo desmedidas y sin ningún sentido cívico de alguno de sus miembros o a los puntos de vista u opiniones discrepantes con el texto que la Convención ha logrado componer. Pero, como es obvio, ninguna de esas cosas equivale en ninguno de los sentidos de esa palabra a un ataque, sino que se trata del natural escrutinio al que todos quienes ejercen alguna función pública -y hay pocas cosas más relevantes desde el punto de vista público que la tarea de la Convención- deben estar sometidos. Si un miembro del Congreso asume un comportamiento poco decoroso, payasea o emite opiniones que parezcan desmedidas o absurdas, es del todo natural que reciba críticas, incluso ácidas, y sería del todo ridículo que el pleno del legislativo pretendiera que, al criticarlo, se lo ataca. Es como si el presidente Boric, o la ministra del interior, creyeran que están bajo ataque por las críticas que han merecido. Y no hay duda de que todos mirarían incrédulos si el presidente o la ministra salieran con un letrero en el que anunciaran que se proponen defenderse (en vez de proponerse hacerlo mejor la siguiente vez).
Pero eso es lo que acaba de hacer la Convención.
El gesto es preocupante porque revela un cierto espíritu gregario y adolescente de la mayor parte de los miembros de la Convención y porque el gesto de la fotografía insinúa que los fotografiados (también las fotografiadas, claro está) no entienden muy bien de qué se trata el debate público en el que, quieran o no, se verán muy pronto envueltos.
Uno esperaría de los miembros de una Convención constitucional, que fueron llamados a discernir la fisonomía de la vida cívica y los límites del poder, una actitud de un cierto individualismo que es la única forma de asegurarse pensar por sí mismo, y no, en cambio, este comportamiento gregario y estos gestos que parecen más propios de una gira estudiantil. En las memorias de Bertrand Russell se lee que su abuela le regaló alguna vez una biblia y subrayó uno de los salmos, donde se leía "nunca sigas a la mayoría para hacer el mal" (Éxodo 23:2). De ese texto Russell sacó la lección que, por supuesto, no tiene nada de malo seguir a la mayoría; pero a condición de cerciorarse antes por sí mismo que lo que la mayoría quiere o decide es bueno o correcto. Por eso es preocupante cuando en un órgano público o colegiado, principia a existir este tipo de comportamiento, la tendencia a actuar como un órgano o corporación que, de pronto, siente que está bajo ataque y reclama una actitud unánime en lo que supone es su defensa. El gesto entonces insinúa que la mayor parte de los miembros de la Convención aspira a comportarse como un cuerpo cuando principie el debate de los próximos meses; pero de ser así hay que instar a los miembros más lúcidos a que no consientan en ello, se resistan a las fotos y al compromiso de defensa mutua y se atrevan a pensar y a opinar por sí mismos a la hora de divulgar el texto.
Pero lo anterior no es lo único preocupante.
Porque la fase que se iniciará una vez que el texto esté afinado, es una de deliberación y reflexión ciudadana donde lo que los convencionales (en rigor, convencionistas) han redactado deberá ser examinado, interpretado, leído entre líneas, comparado y, claro que sí, muchas veces criticado, como única forma de estar a la altura de lo que se decidirá en el plebiscito. Todo ello sería inadecuado y equivaldría a un ataque si la ciudadanía hubiera confiado a ciegas en la Convención y hubiera delegado en ella el discernimiento final; pero no es el caso puesto que dejó para sí la última palabra (eso es el plebiscito de salida) a fin de verificar si el texto que se ha logrado discernir estos meses está o no a la altura de las expectativas.
Por eso es tan inadecuada esa fotografía escolar frente a las Ruinas de Huanchaca. Porque denota que la Convención, o la mayor parte de quienes la integran, no han entendido que la suya es la solo la penúltima palabra.
No la última.