Rivera Letelier: "No me las imagino, las he vivido"
Oficinas salitreras inventadas y otras reales son el escenario de los excéntricos "Hombres que llegan a un pueblo". Son tres novelas en una, del escritor que convierte la pampa en oro, Hernán Rivera Letelier.
Hernán Rivera Letelier, cuando niño, sobrevivió en una ruca instalada en el patio de una iglesia evangélica, vendiendo diarios.
Tres novelas cortas componen "Hombres que llegan a un pueblo" (Alfaguara), el nuevo libro de Hernán Rivera Letelier (1950). El autor regresa a su mundo nortino, vivo en su memoria. La pampa es el centro de su literatura desde que en 1994 escribió "La Reina Isabel cantaba rancheras" (Premio Consejo Nacional del Libro y la Lectura). Aquejado por la enfermedad de Parkinson, sigue entregando libros a sus devotos lectores. De hecho, antes de comenzar a responder estas preguntas confiesa que acaba de firmar doscientos libros.
Su nueva publicación cuenta la historia de tres excéntricas llegadas a la pampa: un violinista despechado que cae en una oficina abandonada vigilada por un ermitaño; un charlatán acompañado de su ayudante y una cantante lírica; y un fotógrafo minutero, idéntico a Pedro Infante. A veces sus viajeros están en crisis, en otras ocasiones las oficinas salitreras tienen conflictos sociales que resolver.
Estas historias pasan en las oficinas mineras Altagracia (inventada), Tricolor y Los Dones (ambas existieron), como es usual en este narrador que ha sido reconocido por los más prestigiosos premios en Chile (si bien falta el Premio Nacional), además de otras distinciones en otras latitudes como el Premio Alfaguara, el premio Yásnaya Polyana en Rusia y su reconocimiento como Caballero de la Orden y Letras por el Ministerio de Cultura de Francia, como parte de los 21 idiomas a que ha sido traducido.
"Un hombre llega a Altagracia", la primera novela, tiene un epígrafe del mítico poeta francés Rimbaud. "Me deslumbró cuando comencé a escribir poemas. Casi dejé de escribir, imposible llegar a esta calidad. Aún lo releo. Encontré ese verso de pura raja, pero estaba pintaito", nos cuenta el escritor que inició su ruta escribiendo versos.
-"El sol es una piedra en llamas", escribe. ¿Siempre se imagina las historias con clima nortino?
-No me las imagino, las he vivido.
-Al violinista Tristán, Cupido le clava las flechas en el culo. ¿Dónde se las ha clavado a usted?
-Esa es una metáfora chora no más. Todos saben donde le clavan las flechas.
-El personaje viaja en el tren de pasajeros, algo imposible ahora. ¿Qué recuerdos tiene usted de ese medio de transporte?
-Era el único medio con el que los pampinos podíamos ir al sur. El 99% de los pampinos era gente del sur, que los llevaron enganchados a la pampa, engañados a veces. Era el único medio, con los barcos. Yo anduve en ese tren dos veces cuando era niño. Para mí el tren es el último vestigio del siglo pasado, fíjate. Este tren empezó a correr en 1902 y lo hizo desaparecer el dictador el 76. Por eso me encanta lo que dice el Presidente actual, hay que volver al tren. Sería espectacular.
-Igual usted no lo romantiza. Machacaba el cráneo el sonido.
-Claro, imagínate el choque de los fierros todo el día y toda la noche. Ta-ca-ta-ca. Uno se cagaba de frío y de hambre a veces, si no 'llevavai' mucha comida. O si es mucha, en 4 días y 4 noches se echaba a perder y había que botarla por la ventanilla. En las estaciones había viejas vendiendo té, vendiendo sándwiches. Ahí se comentaba que las cazuelas que vendían eran de jote. Entonces uno ni hueón se comía una cazuela.
-¿En qué se parece usted al ermitaño Ursicinio?
-Todos los personajes tienen algo de mí, pero Ursicinio… puta, me cagaste hueón. Es un personaje que saqué de "Los trenes se van al purgatorio". Ahí tenía otro nombre, se lo cambié no más. Yo creo que nada, hueón. Esa imagen está inspirada en el verdadero Don José, yo me crié de los dos meses hasta los 9 años de edad en una oficina que se llamaba Algorta, una oficina que tenía 3 calles no más. El año 59 paró la oficina y tuvimos que irnos, se queda un viejito de guardia a cuidar las calaminas, los palos. Cuando comencé a escribir "La Reina…", en el 90, todavía estaba el viejo ahí, solo. Ya no hablaba el viejo ya. Una vez al mes le llevaban las vituallas.
-¿Todavía lo deslumbran las noches del desierto?
-Aún. Es mi espectáculo gratis. Por eso escribí "El hombre que mira el cielo"
Camino al Loa
"Un hombre llega a Tricolor" es la segunda de las novelas cortas del libro. En ella, un auto extraviado en la pampa llega a ese apenas campamento.
-¿Se puede volver de estar empampado?
-Con mucha suerte. Hay historias de viejos, uno que se salvó porque de repente se encontró con los cables del teléfono. Ya
Por Cristóbal Gaete
"Encontré una guía de teléfonos con unos nombres preciosos y me traje tres guías y empecé a anotar los nombres".
Glenn Arcos