Ahora que los indultos han estado en el centro del debate, es una buena oportunidad para recordar que el indulto de Dios está en el centro del mensaje cristiano. Porque, en verdad, Dios nos ama entrañablemente y nos perdona "setenta veces siete". Ese perdón y salvación nos son ofrecidos en Cristo, que vino al mundo no para condenarlo sino para salvarlo (cf. Jn 3, 17). Cristo en la cruz con sus brazos abiertos es la mejor imagen de este don.
Este perdón de Dios no significa "tener chipe libre" para pecar. "¿Vamos a seguir pecando?", se preguntaba san Pablo a propósito del perdón y la gracia que recibimos de Dios. Y respondía: "¡De ningún modo! Quienes ya hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a seguir viviendo en él?" (Rom 6, 2). El amor primero de Dios nos invita a vivir en el amor y nos compromete en el camino de la conversión, aunque nos reconocemos siempre frágiles.
Todo esto que decimos en el plano religioso no es aplicable, sin más, al plano de las relaciones en la sociedad. Las personas que delinquen deben ser perseguidas, sancionadas y cumplir su pena, porque la sociedad tiene derecho a aplicar justicia de modo proporcional al mal que se ha cometido. Sin embargo, lo expresado acerca del perdón divino puede ayudarnos a introducir un poco más de mesura en las relaciones con los demás, incluidos aquellos que delinquen.
Nuestra mirada de quienes se mueven en el mundo del delito es habitualmente despreciativa. Abundan frases como: "que se sequen en la cárcel", "que vivan su propio infierno", "que los traten como ratas". Es comprensible que haya rabia y miedo, sobre todo si se ha sido víctima directa de un delito; así como es legítimo demandar más eficacia y severidad en el combate contra el crimen. Pero lo que nos tiene que distinguir de los delincuentes es el actuar con justicia y racionalidad, no con tratos humillantes y espíritu de venganza. Aunque cueste concretarlo y resulte casi una utopía, el sistema penal y carcelario debe estar dirigido a la corrección y reinserción del reo, de manera que el malhechor se convierta en una mejor persona y no en alguien peor de lo que era.
Así como hoy en día anhelamos más justicia y seguridad, y con toda razón, todos tenemos que hacer esfuerzos por introducir en nuestros comportamientos más rectitud y bien, porque a veces también actuamos casi como delincuentes, trasgresores de la ley y de la buena convivencia. Y tenemos que introducir también en nuestras relaciones menos condenación y descalificación, y más perdón y reconciliación, creando espacios más fraternos. No es el objeto de estas palabras hacer un juicio de los indultos presidenciales, pero sí hacer un llamado a practicar el indulto y el perdón entre nosotros. Así seremos hijos del Padre del cielo, "que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45)
Sergio Pérez de Arce A.
Obispo de Chillán