Un año de guerra: la vida de los refugiados ucranianos y el clima incierto en Rusia
El viernes se cumplió un año del inicio de la invasión de las tropas del Kremlin, en lo que iba a ser una operación de tres días. En lugares como Leópolis esperan que todo vuelva a la normalidad, para que los asilados retornen a sus casas.
La ciudad de Leópolis, en el oeste de Ucrania y alejada por tanto de la línea del frente aunque golpeada por ataques esporádicos rusos, se ha convertido durante el año de la invasión en un centro de acogida de miles de desplazados internos.
Más de cinco millones de personas han atravesado, algunas para quedarse, la ciudad de 800.000 habitantes, que en la cúspide de la crisis albergó a dos millones de personas, según datos del consejo municipal.
Desde el primer día de la invasión, cuando se formaron colas ante las tiendas de armamento y centros de reclutamiento, el corazón de la ciudad se trasladó a la estación de trenes, que sobrevivió ya a las dos guerras mundiales.
Trenes abarrotados llegaban sin parar desde toda Ucrania y sólo se detenían unos minutos antes de emprender el viaje de vuelta a las ciudades bajo ataque para ayudar al mayor número posible de personas a escapar de las bombas.
Miles de ucranianos cansados y desorientados, que con frecuencia sólo llevaban consigo su documentación y algunos objetos básicos, debían ser alimentados, alojados y vestidos y miles de vecinos de Leópolis se volcaron para recibirles y distribuir los enormes flujos de desplazados entre varios puntos de recepción que surgieron en escuelas, universidades, monasterios y bibliotecas.
"En aquel momento, obtener información, una bebida caliente y algo de comida tras un largo viaje era lo más importante para muchos", recuerda Myroslava, una de las muchas voluntarias que han estado recibiendo a los recién llegados en la estación de trenes a lo largo del último año.
Doce meses después, la estación parece relativamente vacía en comparación con las primeras semanas de la invasión, pero los trenes y autobuses de evacuados siguen llegando a diario con cientos de personas de las regiones de Jersón, Zaporiyia y Donetsk.
"Tras meses de ocupación o bajo los bombardeos, estas personas a menudo están en una situación psicológica muy complicada", afirma Myroslava, que todos los días proporciona asistencia psicológica a entre 30 y 40 recién llegados, aunque también son frecuentes otros problemas de índole médica.
Es el caso de Oleksandr Riabinin, que huyó de Járkov después de que el fragmento de una bomba rusa impactara en el apartamento de su familia.
Sobrepasado por el difícil viaje y la incertidumbre sobre el futuro de su familia, tuvo que ser admitido al departamento de cirugía cardíaca del hospital clínico regional de Leópolis debido a una crisis hipertensiva.
Su sufrimiento se hizo evidente para uno de los médicos, Dmytro Averchuk, que acabó por invitar a Oleksandr, su mujer, sus dos hijos y sus abuelos, a alojarse en su propio apartamento los próximos meses.
"Probablemente la mitad de los pacientes eran, como Oleksandr, desplazados internos de Járkov, Kiev, Odesa y otras regiones bajo ataque ruso", declaró el doctor.
El jefe del departamento, su padre Vitaliy Averchuk, confirma que se vieron obligados a tratar a un número sin precedentes de pacientes cardíacos en los primeros meses de la invasión, cuando otras clínicas especializadas estaban separadas del resto del país por los combates.
"Muchos de estos casos eran extremadamente complicados porque sólo quienes no podían esperar pidieron ayuda en medio de la guerra", explicó el cirujano.
En un principio temieron que el departamento no pudiera seguir financiando su labor ni conseguir suministros de material médico en medio del caos logístico, pero recibieron ayuda del extranjero, en particular de Estados Unidos, Reino Unido y Polonia.
Averchuk padre dice que los vecinos de Leópolis y los desplazados ahora se conocen mejor, lo que ha reforzado los lazos que mantienen unido al país frente a la amenaza existencial de la guerra.
"Estamos contentos de poder ayudar. Es natural darles una bienvenida especial, para que sepan que aquí siguen estando en casa", subrayó.
Algunos de los desplazados se han trasladado al extranjero y otros han sido capaces de regresar a sus ciudades de origen, pero, según el consejo municipal, 150.000 desplazados internos siguen residiendo en la ciudad a un año de que comenzara la guerra.
La vida en rusia
Iba a ser una operación de tres días y ya cumplió un año: la pretendida campaña militar relámpago del Ejército ruso en Ucrania cambió radicalmente también la vida de los rusos, que aprenden a vivir entre el rechazo categórico y el apoyo vehemente a la contienda militar en el vecino país.
"Desde febrero del año pasado me siento mal, fuera de lugar, pero ya no puedo seguir así, tengo que aceptar la realidad, que es como es", comenta a EFE María, una joven traductora inconforme con el giro que dio Rusia tras el discurso del presidente ruso, Vladimir Putin, hace hoy un año para anunciar el inicio de la contienda bélica en Ucrania.
Un año después, los rusos todavía intentan aprender a vivir en estas circunstancias sin saber con certeza a dónde irá a parar todo, entre la férrea censura que veta cualquier crítica a las acciones del ejército ruso, el temor a ser movilizados y una situación económica marcada por las sanciones.
El fervor propagandístico de los primeros días, en los que pululaban las "Z" y las "V" alegóricas a la campaña militar rusa en vallas, fachadas, automóviles y camiones, se ha aminorado. Y los rusos tratan de mirar al futuro, sea cual sea.
"Me considero patriota, amo este país, y por eso, aunque parezca una contradicción, quiero que Ucrania gane esta guerra, que pierda Rusia, para ver si nos libramos del loco de Putin de una vez por todas", asegura a EFE Alexandr, un escultor de 72 años que se opone fervientemente a la política de Moscú.
Está convencido de que las advertencias de políticos rusos, que denuncian la implicación de Occidente en el conflicto, de las intenciones de Estados Unidos y la Unión Europea de debilitar y desmembrar a Rusia no son otra cosa que "propaganda del Kremlin".
Aunque las autoridades rusas pasaron por alto el aniversario y el presidente ruso guarda un silencio revelador ante la ausencia de logros militares significativos que mostrar al pueblo ruso, decenas de opositores salieron en diversas ciudades a protestar en solitario en contra de la campaña en Ucrania.
Las fuerzas de seguridad arrestaron a manifestantes en la ciudad siberiana de Barnaúl, en Yekaterimburgo, en San Petersburgo, Jabárovs, Vladivostok, Nizhni Nóvgorod, Samara, la región de Moscú y en Irkutsk.
Durante los últimos doce meses, OVD-Info, organización especializada en el seguimiento de detenidos y declarada agente extranjero en Rusia, ha contabilizado en todo el país 19.586 detenciones en 78 regiones rusas en protestas contra la campaña militar rusa en Ucrania.
Frente a los que protestan hay también quienes defienden la intervención bélica de Rusia en el país vecino.
Bogdán, operador de un canal de televisión ruso, cree que los rusos viven una especie de "inspiración" con todo lo que está sucediendo y que Rusia "logrará sus objetivos" en Ucrania.
"Somos así, podemos pasar años aguantando golpes y golpes, pero cuando nos levantamos, es difícil detenernos", dice a EFE, parafraseando la frase del canciller alemán Otto von Bismarck sobre los cientos de métodos para sacar al oso de la madriguera y la imposibilidad de obligarlo a volver a esconderse.
Está convencido sinceramente de la responsabilidad de Occidente en este conflicto y considera que más de la mitad de la población rusa comparte su punto de vista.
"Esto es muy duro, duele mucho, es algo que no queríamos que pasara, pero que era inevitable", añade, al señalar que más allá de su pesar por esta situación, su vida no se ha visto seriamente afectada.
Aunque los cambios marcados por la campaña ucraniana no son siempre evidentes y el estruendo de los cañones se diluye en la distancia y se camufla de rutina, la vida de los rusos no es la misma de antes.
A la sorpresa inicial de muchos, que no creían en la posibilidad de que Rusia se lanzara a esta aventura, siguió como una ducha fría la condena internacional y la mayor avalancha de sanciones jamás impuesta contra ningún otro país.
Los rusos sintieron inmediatamente las consecuencias de la caída del rublo, la desconexión de los principales bancos del sistema SWIFT y la subida de la inflación, a las que siguieron el éxodo masivo de muchas compañías extranjeras que no solo ofrecían productos y servicios, sino también empleos.
Pese a las medidas tomadas por el Banco Central de Rusia, que lograron estabilizar la moneda nacional y contener el crecimiento de la inflación, esta ascendió entre febrero y diciembre de 2022 en un 11,94 %.
Pero sobre todo, para muchos la posibilidad real de que la guerra toque a sus puertas se convirtió en una espada de Damocles: tras la movilización parcial decretada por Putin en septiembre del año pasado varios cientos de miles de rusos huyeron al extranjero.
Konstantín, un joven opositor ruso que eludió el llamado a filas escapando a Georgia, comentó a EFE que le gustaría regresar a su país, "pero solo tras la remoción o la muerte de Putin, cuando se acabe el régimen actual".
Bogdán, por su parte, está convencido de que muchos rusos se han sumado a la contienda como voluntarios a los 300.000 movilizados el año pasado.
Confiesa que durante la movilización se presentó como voluntario, pero le rechazaron "por problemas de salud: Se rieron de mí, me dijeron que me llamarían para la tercera movilización", es decir, nunca.
Doce meses después, la estación de Leópolis parece relativamente vacía en comparación con las primeras semanas de la invasión, pero los trenes y autobuses de evacuados siguen llegando a diario con cientos de personas de las regiones de Jersón, Zaporiyia y Donetsk.
Un año después, los rusos todavía intentan aprender a vivir en estas circunstancias sin saber con certeza a dónde irá a parar todo, entre la férrea censura que veta cualquier crítica a las acciones del ejército ruso, el temor a ser movilizados y una situación económica marcada por las sanciones.