Corría el siglo VIII en la Europa medieval, y un monje cruzaba el canal de la Mancha, era Winfrith de Devonshire, a quien la historia conoce como Bonifacio «evangelizador de la Germania». Bonifacio no fue el único, tanto antes como tras su huella fueron muchos los que tuvieron como motivo de vida, la expansión de la fe cristiana y una de las formas en la que llevaron a cabo su labor fue incorporando elementos paganos a sus prácticas, así como en las fechas relevantes para la nueva fe que avanzaba sobre el continente. En ese contexto, Semana Santa no fue una excepción. Esta fiesta conlleva dos momentos, que a simple vista podrían parecer contradictorios. Un silencioso y meditativo Viernes Santo que da paso a un alegre Domingo de Resurrección, en el cual los niños desbordan de alegría en pos de la búsqueda de los anhelados huevos de Pascua.
El huevo es una tradición que se remonta a épocas paleo-históricas puesto que, según estudios arqueológicos, en las cercanías de Worms, fue encontrada la tumba de un niño en la cual se depositaron huevos de arcilla pintados. Ejemplos como ese los podemos encontrar tanto en oriente como occidente. Aparentemente, tras períodos de mucha escasez se acostumbraba a realizar un intercambio de ellos para los cual se decoraban. Era el renacer de una nueva época.
En la antigua Europa los germanos celebraban, durante el equinoccio de primavera, la festividad de Ostara, diosa vinculada a la liebre y los huevos, ambos símbolos de fertilidad. La finalidad, era dar la bienvenida a la luz que se abre paso tras un frío y oscuro invierno. Era la celebración del renacimiento de la naturaleza momento en el cual los huevos simbolizaban la luz del sol y las bendiciones que ello conlleva.
Durante la Edad Media se estableció la prohibición de comer carne y huevos durante la cuaresma. Debido a ello, los huevos se acumulaban por lo que se cocían y se rociaban con una capa de cera líquida o se pintaban.
Una vez terminada la Cuaresma, se regalaban entre vecinos, familiares y amigos. En siglos posteriores, se fueron incorporando nuevos elementos como por el hacerles un orificio para introducir en ellos alguna sorpresa. Finalizando el siglo XVIII, se comenzaron a fabricar de azúcar, lo que dio paso al chocolate. Esta tradición se dispersó por distintas partes del mundo como consecuencia de los procesos migratorios del siglo XIX. Nuestro país, no fue la excepción.
Sin duda, la celebración de Pascua de Resurrección es una muestra del sincretismo cultural y de la permanencia de tradiciones ancestrales, así como el recuerdo de pueblos como sajones, anglos, jutos, frisones, escotos, sicambrios, ripuarios y tantos otros, agrupados bajo el término germanos, que siguen vigentes a través de las tradiciones que prevalecen en torno al sacrificio y resurrección de Cristo.