Abandonados en el mar
También entre nosotros hay inmigrantes abandonados a su suerte: ¿Dejaremos que naufraguen en una mar de incertidumbres y precariedades, sin tenderles una mano?
Un nuevo naufragio de inmigrantes ha ocurrido el miércoles pasado en el Mediterráneo. Un viejo pesquero partió de Libia a Italia, se estima con más de 500 personas. Las condiciones adversas lo hicieron naufragar en el mar de Grecia, rescatándose hasta ahora 104 personas vivas y 79 cadáveres, por lo que se estiman más de 300 desaparecidos, muchos de ellos niños y mujeres. Los medios han destacado poco la noticia, más preocupados del "pan y circo" de la semana. Increíble indiferencia de una sociedad que se construye de espaldas al dolor de los demás.
Detrás de este horroroso hecho, se revelan varias situaciones de nuestro mundo. Ante todo, la pobreza, la violencia y la falta de futuro que afecta a numerosos pueblos, que los hace buscar mejores horizontes incluso poniendo en riesgo sus vidas. Estos "viajeros" procedían de países como Egipto, Pakistán, Libia y Siria, lo que nos recuerda que no iban en el barco por turismo, sino huyendo de guerras y de falta de oportunidades.
Se revela también la existencia del tráfico de migrantes, por el que bandas criminales hacen negocio con la necesidad de quienes buscan emigrar, ofreciendo precarias condiciones para hacerlo. En este caso, un barco viejo, sobrepoblado, por el que había que pagar una alta suma de dinero, sin siquiera ser provistos de un mísero chaleco salvavidas. ¡Todo para el bolsillo de los traficantes y de los corruptos que ayudaron para que el barco zarpara!
Y se revela el inmovilismo y la cerrazón de la mayor parte de los países europeos para encontrar mejores soluciones al problema migratorio. Muchos prefieren "no hacer nada" o encerrarse en posturas defensivas, sin ofrecer políticas de solidaridad que abran una puerta legal a quienes buscan una vida más digna. Es legítimo que las sociedades tutelen los derechos de sus ciudadanos y regulen la migración, pero deben asegurar la asistencia a los migrantes y la existencia de vías reales que permitan ejercer el derecho al asilo, a la seguridad y a la integridad física. Quienes emigran son parte de nuestra humanidad, no menos humanos.
Todo esto se da también en América Latina: pueblos empobrecidos y violentados, tráfico de migrantes y sociedades cerradas que se repliegan en su indiferencia fría y prejuiciosa. La inmigración irregular crece cuando faltan vías legales. En el Chile de hoy faltan vías legales más expeditas. Quienes ya están en el país, aunque lleven años, no pueden regularizar acá, tienen que salir. Las tramitaciones, por otra parte, son virtuales, llenas de formularios impersonales, que claman por el rostro de algún funcionario que pueda dar una explicación u ofrecer una orientación. También entre nosotros hay inmigrantes abandonados a su suerte: ¿Dejaremos que naufraguen en una mar de incertidumbres y precariedades, sin tenderles una mano?
Escribir desde el nervio
Hace mucho que no tomaba un lápiz y papel para escribir un cuento, parece que la mecanografía se instaló para quedarse y no solo eso, el carpo y metacarpo como lo dijera Yeber en uno de sus poemas casi como vaticinio, hoy fuera una realidad desastrosa en el campo de escribir a mano. Pareciera que los dedos se vuelven inútiles ante la rapidez del touch o del teclado convencional, los poemas escritos a mano están extintos, aunque todavía queda la resistencia que se niega al teclado y continúa escribiendo sobre la celulosa, en sus cuadernos capitaneados por extensos borradores, señuelos de algo inacabado, una censura autoimpuesta por el propio autor.
La escritura a mano constituye un ejercicio vital para la memoria, el cerebro envía un impulso nervioso a la mano escriba, esto se produce a través de la corteza cerebral auditiva primaria de ambos hemisferios y la corteza temporal asociativa del hemisferio izquierdo. Nuevamente las investigaciones avalan esta acción casi anacrónica por estos días, advirtiendo de forma sistemática los riesgos que produce la nueva productividad, la nueva forma de comunicarnos y los beneficios a nivel cognitivo de este tipo de escritura.
Hace un tiempo, el médico neurólogo Rodrigo T. Rojas Mackenzie, hijo de Gonzalo Rojas Pizarro, invitó a la audiencia a leer en papel, haciendo hincapié en las diferencias que existe entre el objeto libro y la pantalla. Lo dijo en el mismo lugar donde el Premio Cervantes 2004, escribía sus poemas a mano, todos los días en alguna de sus tantas mesas repartidas en su casa larga de Chillán de Chile.
Existen algunos disidentes que transitan por las bibliotecas de la ciudad, que escriben por urgencia, para una audiencia inexistente o una que está muy lejos de este pueblo llamado Chile. Como la misma Loreley, autora independiente que en busca de un espacio creativo, habita la Casa Gonzalo Rojas algunos días de la semana. Su ritual comienza colocando sus lápices sobre la mesa y las historias salen de sus manos, relatos para niños, que luego serán traducidos en Alemania, historias que transitan por las escuelas de pre kínder en Berlín, junto con los dibujos que ella misma realiza en hojas de block y luego colorea.
Hoy, es un verdadero desafío poner a escribir a niños y adultos en una hoja en blanco sin que la mano no tiemble frente al gesto desafiante o dude de las palabras o la capacidad de hacerlo. La costumbre de escribir diarios o bitácoras está obsoleta, como una vieja práctica olvidada reemplazada por ¨emojis¨ como si alguno de éstos pudiese describir ciertas emociones tan bien descritas a través de palabras como el hastío y la desolación. Muchos escritores han repetido hasta el cansancio que el lenguaje es insuficiente para describir la complejidad del ser humano, pero hoy, las palabras adecuadas y bien escritas bastarán para salvarnos de la decadencia intelectual y neuronal.
Sergio Pérez de Arce A.
Obispo de Chillán