Esta pareciera ser la conclusión que se puede sacar al contrastar la opinión de instituciones especializadas en educación y autoridades del ministerio, en lo relacionado a la persistencia de las estadísticas de inasistencia escolar.
Acción Educar destaca como preocupante que no logremos acercarnos siquiera a las estadísticas prepandemia, mientras que el Ministerio de educación destaca la estabilidad de la cifra en relación con el año anterior y la drástica reducción de la inasistencia grave en educación parvularia y educación especial.
De todas maneras, hay un par de hechos que nos permiten interpretar cuán vacío está el vaso: nuestros niveles de inasistencia grave están peores que antes de la pandemia, estamos aún lejos de volver a ellos y qué decir de mejorarlos. Más de 900 mil escolares mantienen esta inasistencia grave, y con ello hipotecamos una parte esencial de nuestro desarrollo. Tal como lo estimó el exministro de hacienda, Ignacio Briones, quien señaló que estos niños y niñas recibirán un 8% menos de ingresos en su vida laboral.
El segundo hecho en el que podemos estar de acuerdo, es que aún tenemos una brecha gigante entre lo que debemos hacer y lo que estamos dispuestos a hacer. El programa Seamos Comunidad, implementado el 2022 por el Ministerio de Educación, implicó US$ 25 millones, lo que equivale a sólo 600 pesos por día por alumno.
La tentación en la que podemos caer es en pensar que este es un problema de educación y, por ello, de profesores y establecimientos educacionales, como si estos tuvieran una puerta que no quieren cerrar, por donde se arrancan en carrera los estudiantes. Sin embargo, como este es un problema de seres humanos, que son más que sólo la dimensión lectiva, su solución también implica varias dimensiones.
Necesitamos padres, madres y cuidadores que puedan estimular y dialogar con sus niños, niñas y adolescentes sobre el valor de avanzar en sus estudios, y espacios escolares que fomenten, junto con lo académico, lo socioemocional: convivencia, resolución de problemas, regulación emocional. Si somos capaces de esto, tendremos espacios educativos en donde asistan personas, no números, y como tales quieran seguir adelante. Esto se puede formar, con programas que cuentan ya con certificación internacional y adaptación local, que no requieren de pilotos o improvisaciones. El desafío es que quienes deben tomar la decisión busquen estos programas y los implementen a nivel de familia, escuela y comunidad.
Yo no veo el vaso ni medio lleno, ni medio vacío, veo un futuro complejo de personas que no alcanzan su potencial y con ello comprometen su felicidad. ¿Quién quiere eso para sus hijos? Actuemos a tiempo, dejemos de llegar tarde.
Raúl Perry,
gerente de programas de Fundación
San Carlos de Maipo