En el Caribe Pampeano
Nadie quería el niño dengue. No sé si por su largo pico, o por el zumbido constante, insoportable, que producía el roce de sus alas y desconcentraba al resto de la clase, los cierto es que, en el recreo, cuando los chicos salían disparados al patio y se juntaban a comer un sánguche, conversar y hacer chistes, el pobre niño dengue permanecía solo, adentro del aula, en su banco, con la mirada perdida, fingiendo que revisaba con suma concentración una página de sus apuntes, para disimular el inocultable bochorno que le producía salir y dejar en evidencia que no tenía ni un solo amigo con quien hablar.
Corrían muchos rumores sobre su origen. Algunos decían que, por las condiciones infectas en que vivía la familia, en un rancho de latas oxidadas y neumáticos en los que se acumulaba agua de lluvia podrida, se había incubado una nueva especie mutante, insecto de proporciones gigantescas, que había violado y preñado a la madre, luego de haber matado a su marido de una forma horrenda; otros, en cambio, sostenían que el insecto gigante habría violado y contagiado al padre, quien, a su vez, al eyacular adentro de la madre, habrían engendrado a ese ser inadaptado y siniestro y que, al verlo recién nacido, los abandonó a ambos, desapareciendo para siempre.
Muchas otras teorías, que ahora no vienen al caso, se comentaban sobre el pobre niño. Lo cierto es que cuando sus compañeritos, ya aburridos, reparaban en que el niño dengue se había quedado solo en el aula, simulando que hacía la tarea, lo iban a molestar:
-Che, niño dengue, ¿es cierto que a tu mamá la violó un mosquito?
- Eu, bicho, ¿qué se siente ser hijo de la chele podrida de un insecto?
-Che, mosco inmundo, ¿es cierto que la concha de tu vieja es una zanja rancia de gusanos y cucarachas y otros bichos y que de ahí saliste vos?
Inmediatamente, las antenitas del niño dengue empezaban a temblar de rabia e indignación, y los pequeños hostigadores se escapaban entre risotadas, dejando de vuelta al niño dengue solo, sorbiendo su dolor.
No era mucho más agradable la vida del niño dengue cuando volvía a su casa. Su madre (él juzgaba) lo consideraba un fardo, una aberración de la naturaleza que la había arruinado para siempre. ¿Una madre sola, con un hijo? Criar un hijo en esa situación siempre es difícil, pero al cabo de los años, el niño dará motivos de dicha a la madre, que justificarán con creces su esfuerzo, y eventualmente el niño será un joven y después un adulto, que podrán acompañar y ayudar y mantener económicamente a la madre, quien, cuando envejezca, recordará con nostalgia el hermoso pasado compartido y se llenará de orgullo por los logros de su primogénito. ¿Pero un hijo mutante, un niño dengue? Este es un monstruo que habrá que alimentar y cargar hasta la tumba. Un extravío de la genética, cruce enfermo de humano e insecto que, frente a la mirada asqueada de propios y ajenos, solo producirá vergüenza, pero que nunca, jamás de los jamases, dará ni un logro, ni una satisfacción a la madre.
Por eso (él juzgaba) la madre lo odiaba, y estaba llena de resentimiento contra él.