El repudiable crimen del teniente de carabineros Emmanuel Sánchez, acontecido el pasado miércoles, despertó afirmaciones sin matices de parte de algunos políticos. La alcaldesa Matthei señaló: "no podemos permitir que entre (a Chile) un venezolano más", mientras el diputado Monouchehri propuso prohibir el ingreso de ciudadanos venezolanos al país por dos años, sean regulares o irregulares. Así de categóricos, dando a entender que el problema está en ser venezolano.
Es evidente que hay en Chile peligrosas bandas delictuales compuestas por extranjeros, a menudo tremendamente violentas en la comisión de delitos. También es cierto que la inseguridad ha crecido en los últimos años, proliferando bandas chilenas e internacionales, en un fenómeno que se extiende por América Latina. Todo lo cual exige una lucha más determinada y profesional contra el crimen, junto con un control migratorio exigente, que permita detectar a tiempo el ingreso de delincuentes. La paz y la seguridad de los habitantes del país, chilenos y extranjeros, así lo exige, como también el sufrimiento de tantas víctimas del crimen.
Cosa distinta, sin embargo, es estigmatizar a una nacionalidad o una raza por completo, pues el problema, aquí y en cualquier parte, no es ser venezolano, sino ser delincuente. Tenemos que ponernos "en los zapatos" de los venezolanos y extranjeros que viven en Chile y para quienes hoy en día no debe ser fácil liberarse de prejuicios. Pienso en estudiantes extranjeros que conviven en nuestras escuelas, en trabajadores que laboran en nuestras fábricas, en hombres y mujeres con los que nos relacionamos diariamente, habitualmente de buena forma, pero que hoy están sometidos a la desconfianza y al juicio fácil en razón de su origen. Los políticos deben ser especialmente responsables, pues sobre todo en tiempos electorales convierten el tema migratorio en motivo de campaña.
La historia conoce demasiados ejemplos de fobias a ciertos grupos, sea por su nacionalidad, etnia, religión, etc. que han terminado en exterminios masivos o discriminaciones: el holocausto judío, la segregación racial en EE.UU, el apartheid en Sudáfrica, el genocidio congoleño, etc. Muchas veces se comenzó por prejuicios aparentemente inofensivos, pero que se fueron agrandando hasta justificar atrocidades inhumanas. Se practicó una aversión a grupos sociales no por sus conductas, sino por su origen, color o condición.
Hay que cuidarse de criminalizar la migración y, menos todavía, a una nacionalidad en particular. Nadie es criminal por ser de una nacionalidad o por ser migrante. Es como creer que "todo chileno es ladrón". Es una pobre comprensión que nos hace mucho daño y no hace justicia a los miles de extranjeros que conviven y trabajan normalmente entre nosotros. Hay que combatir la delincuencia, pero no fomentar la xenofobia, que solo alimenta la desconfianza y no ayudan en nada a la anhelada seguridad que todos queremos.
Sergio Pérez de Arce A,
Obispo de Chillán