La educación pública en Chile enfrenta un desafío urgente: dejar de ser un espacio de reproducción de contenidos para convertirse en un verdadero motor de desarrollo humano. En un mundo en constante cambio, las aulas deben evolucionar para preparar a los estudiantes no solo para aprobar pruebas estandarizadas, sino para vivir, crear y resolver problemas en un entorno complejo e interconectado. Este cambio no se logrará sin profesores que enseñen con pasión, compromiso y una visión clara del impacto transformador de su labor.
El Informe de Calidad Educativa 2024, presentado por la Agencia de Calidad de la Educación, subraya algo que ya sabemos desde hace tiempo pero que seguimos ignorando en la práctica: habilidades como la creatividad, la colaboración, la empatía y el pensamiento crítico no son opcionales. Son esenciales para enfrentar los desafíos del siglo XXI?. Sin embargo, el mismo informe revela que estas habilidades están lejos de ser desarrolladas en muchas escuelas del sistema público. La brecha es evidente, no solo entre escuelas con diferentes recursos, sino también en la forma en que se concibe el aprendizaje dentro del aula.
El problema no es solo técnico; es profundamente humano. Las prácticas docentes actuales, a menudo limitadas por currículos rígidos, sobrecarga administrativa y una falta de formación continua pertinente, no logran conectar con las necesidades reales de los estudiantes. Aquí surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿cómo podemos esperar que los profesores formen ciudadanos críticos y creativos si no les damos las herramientas, los recursos y, sobre todo, el reconocimiento para hacerlo?
La pasión en la enseñanza no es un lujo ni una virtud aislada. Es el eje central de una experiencia educativa significativa. Un profesor apasionado no solo transmite conocimientos, sino que inspira, motiva y transforma. Sin embargo, la pasión no nace en el vacío. Necesitamos políticas educativas que no solo capaciten técnicamente a los docentes, sino que los empoderen como líderes en sus comunidades, reconociendo el valor de su trabajo y permitiéndoles innovar.
En Chile, hemos dado pasos importantes, como la incorporación de habilidades del siglo XXI en el currículum de III y IV medio desde 2019. Sin embargo, la implementación de estas reformas ha sido desigual y, en muchos casos, simbólica?
. Las metas globales, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible, exigen una educación transformadora que prepare a las nuevas generaciones para contribuir a sociedades más justas y sostenibles. Pero esta visión choca con un sistema que sigue priorizando los resultados medibles por sobre el desarrollo integral de los estudiantes.
La educación para el siglo XXI debe ser una educación con alma. Esto significa priorizar el bienestar de los estudiantes, entenderlos como personas completas y no como cifras en un informe. Pero también significa mirar a nuestros profesores y reconocerlos como el corazón del sistema educativo. Profesores que enseñen con pasión y sistemas que los respalden: esa es la verdadera revolución que necesitamos.
Si no actuamos ahora, seguiremos perpetuando un modelo que, aunque lleno de diagnósticos, carece de acción. Es tiempo de dejar de normalizar la falta de recursos y visión en nuestras escuelas. Chile debe apostar por una educación pública que sea una experiencia transformadora para todos, y esto comienza con el reconocimiento de que el cambio está en nuestras manos, en nuestras aulas y en el coraje de enseñar con pasión.
Juan Pablo Catalán Cueto,
Académico de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales, Universidad Andrés Bello